martes, 16 de octubre de 2012

Un gran tipo

Hoy vengo acompañado al 3 Deuces, el club en el que ahora he instalado mi cuartel general nocturno. Ya les dije hace cierto tiempo que el Café Society había cerrado. La culpa de todo ello la ha tenido esa persecución indiscriminada contra todo lo que pueda sonar o ser sospechoso de comunista. El comunismo es desde luego una total y absoluta tiranía. Mas no todos los intelectuales que trabajan en el mundo del cine o de la música ya sean cantantes, músicos actores, actrices, o escritores, como en mi caso, son comunistas. Para nada. La no comprensión de esto ha llevado a nuestro Gobierno a cometer grandes injusticias. Pero en fin, aquí estoy para reunirme con amigos, charlas y oír buen jazz.

Esta noche me he encontrado en la acera de la 52 vagabundeando, como siempre, al profesor Gaviota. ¿Qué quién es? Profesor Gaviota es el seudónimo por el que todo el mundo en Manhattan conoce a Joseph Ferdinand Gould, autor de la Historia Oral del Mundo Contemporáneo, el libro más largo jamás escrito, según nos cuenta Gould, y de lo que yo no tengo la menor duda. En una ocasión ya me mostró una buena parte de lo que llevaba escrito, en total, según me contó y pude ver, aunque no contar, alrededor de 10.000.000 de palabras. Gould es un tipo bastante raro, entre bohemio y vagabundo; más de esto último que de lo primero. Mientras le invito en el 3 Deuces a un Bourbon doble sin hielo, me cuenta que es amante de de las culturas  Chippewa's y Mandan's, y reportero del New York Evening Mail, algo que yo ya sabía.


En pago de los dos Bourbon dobles que se tomará, y a los que le he invitado, me obsequia con uno de sus  autorretratos. Ya veré dónde lo coloco, entretanto se lo muestro a ustedes. 

Esta noche actúa Ella Fitzgerald y mi viejo amigo Teddy Wilson. Juntos hacer una versión portentosa de Melancholy Baby.
Además del profesor Gaviota se sienta en mi mesa la mujer de Teddy Wilson, y yo por mi parte estoy esperando como cada día, impaciente, a Máxine. Gould apura su segundo Bourbon, se levanta de la mesa, me saluda afectuosamente y se marcha. La verdad es que es un gran tipo.

En este momento suena para mi All My Life. Ella y Teddy son adorables, la verdad. Entra Maxine; viene rutilante, enfundada en un llamativo vestido color malva en el que se marcan sus seductoras nalgas.

lunes, 27 de agosto de 2012

Desde 3 Deuces


Cerrado el Café Society, como ya explique en días anteriores,  he decidido pasarme a la 52. La 52 es la calle de Manhattan que más club y garitos de jazz tiene por metro cuadrado de todo el país. Eso me ha animado. De este modo creo poder impedir que me vuelva a ocurrir lo del Café Society: quedarme huérfano de bar de la noche a la mañana. Si en algún momento cierran el 3 Deuces, que es donde he decidido instalarme cada noche a partir de ahora, me iré al de al lado, el Club Carousel, y si cierran éste, al club Jimmy Ryan's o al Eddie Condon's Club. 


Como todas las noches desde hace ya bastantes meses he quedado con Maxine para oír algo de jazz y tomarnos unas copas para acabar de matar la noche y marcharnos después a casa, a la cama. Con Maxine es imposible dormirse de primeras...

Hoy actúa Keely Smith con su voz prodigiosa. Su versión de East of the Sun es sencillamente genial, por no hablar de The Man I Love. Incomprensiblemente Keely está acompañada por Louis Prima, verdadero mamarracho, que tan solo estorba a Keely en las interpretaciones a dúo. Ese tipo me ha dado la noche, ya en casa note el estómago revuelto; yo lo achaco no a los tres bourbon con hielo, ni al perrito caliente que Maxine y yo tomamos al salir del 3 Deuces, sino a la irritante facha de ese tipo en el escenario. Su versión de Tat Old Black Magic. me irrita sobre manera. Ahora, quizá mañana lo recuerde de otra manera: quizá hasta tenga cierta gracia. Me pregunto se la razón por la que este Prima tiene tanto existo en todo el país es debido a sus imbecilidades. Sí, creo que sí, que es una reacción no americana, ni autóctona de la Gran Manzana, sino que es una anormalidad universal

Le pedí a Sam otro Bourbon doble con hielo y un Martini para Maxine. Hoy nos hemos ido un poco antes. La calle estaba muy animada y apetecía pasear con el aíre humedo de Manhattan acariciándonos el rostro. Maxine iba tan abrazada a mi que apenas si podíamos dar un paso sin tambalearnos y perder el equilibrio. No estábamos ebrios, sino calientes.

miércoles, 22 de agosto de 2012

El cierre

Hace cuatro días me encontraba en California, exactamente en Los Ángeles, en el Astoria. El motivo era la firma de un contrato para escribir un guión cinematográfico. Y de paso quería ver a Natalie y, al menos, pasar un día con ella. Ahora Natalie vive con una joven modelo que está preparandose para dar el salto al cine. Es rubia, guapa y con un gran cuerpo. La última vez que vi a Natalie me dijo que era muy feliz.

Lo nuestro acabo casi sin comenzar. Era lógico, su trabajo requiere permanecer en Los Ángeles, y el mío no. De hecho mi trabajo puedo hacerlo en cualquier parte. Pero puestos a elegir, no cambio Manhattan por ningún otro lugar. Además, yo no encajo en el mundo de Natalie, sino de modo circunstancial.

De hecho no conozco a nadie en Hollywood si exceptuó a John, mi viejo amigo del instituto, a Natalie y su amante, al representante legal de la productora, y al director de la película muda -para la que escribí unos extraños diálogos-  y de la que les he hablado en alguna ocasión, y poco más. Por cierto que el film es un verdadero éxito. Se titula El silencio del galán y está interpretada por Natalie y un tal E.W., un imbécil.

Finalmente no pude ver a Natalie, tan solo logré hablar con ella por teléfono. Sin embargo al día siguiente de llegar a Los Ángeles me lleve una gran sorpresas. Al salir del Astoria para dirigirme a los estudios cinematográficos me tropecé con Edythe Wright. ¡Que casualidad, porque hacía apenas un año nos vimos en New York, en el Café Society!: "El lugar equivocado para la gente adecuada", como también es conocido.

Edythe fue la cantante de la orquesta de Tommy Dorsey hasta el 40 aproximadamente. Estuvo con ellos cinco años. Sin embargo algo pasó porque de la noche a la mañana Edythe fue despedida, o se marchó, y la sustituyó Anita Boyer.

Expliqué a Edythe el motivo de mi estancia en Los Ángeles, y como no tenía prisa, ninguna prisa, por llegar a los estudios, le propuse entrar en algún sitio para sentarnos y hablar.Estuvo encantada. Ella vive en Los Ángeles y tampoco tenía prisa. 


Me extrañó verla un año atrás en New York, cuando ella, como me acababa de comentar, vive en Los Ángeles. La explicación es sencilla, me dijo: "estoy preparando mi regreso a New York. Y en uno de los viajes que hice hablé con Barney para actuar un par de días en el Café Society, y fue cuando nos vimos".



Siempre tuve la curiosidad de saber cuál había sido el motivo real de su salida de la orquesta de Tommy Dorsey. No me atreví, sin embargo, a preguntárselo. Había pasado ya demasiado tiempo, y las heridas cuando menos se tocan mejor.



Sí hablamos del Café Society, bueno de la situación de Barney por el conflicto que su hermano tiene con el Comité de la Cámara de Actividades Antiamericanas. Eso le está haciendo mucho daño a su negocio, como ya me comentó en su momento. Las cosas no han hecho más que empeorar, expliqué a Edythe.


En cuanto a ella, me dijo que iba a trabajar con Sy Oliver, uno de los principales arreglistas del país y que es director musical de la  Decca, Ambos se habían conocido trabajando con Tommy Dorsey: "Oliver ha hecho cosas para Sinatra, Fitzgerald... Es un gran músico, y no ha dejado de pensar, según me ha comentado recientemente, en crear una orquesta y volver a coger la trompeta".

Recordamos juntos algunos momento de su paso por la orquesta de Dorsey, pero seguí sin preguntarle por los motivos de su salida. Le hablé de los éxitos de ella que más me habían gustado: God No Time, uno de sus últimos trabajos con Tommy; Qué decir de Youte acuerdas -ella rió-, o Eres una dulzura. Una de las que más me gusta, le dije, es You Don't Know How Much you Can Suffer, por no mencionar Having a Wonderful Time o  The music goes round and round.

Era ya tarde cuando nos despedimos en la puerta del café donde habíamos estado. Quedamos en vernos en New York, cuando estuviera definitivamente instalada. 

De regreso a casa no he podido sustraerme a la tentación de  volver anoche al Café Society aunque sabía desde esta mañana que el club está cerrado, como también el otro establecimiento, el Café Society Uptown. Me lo ha dicho Barney por teléfono. No me he enterado antes porque ha dado la jodida casualidad de que estaba en Los Ángeles, donde por fin firme el contrato para escribir el guión de una película basada en la novela Manhattan Transfer.

En fin, he quedado con Maxime aquí en la puerta del club para tomarnos unos bourbon en algún garito cercano.

¡Ah lo olvidaba! Vlady, la rubia explosiva a la que tanto he querido, y que tan buenos momentos hemos pasado juntos -¡qué mujer!- ha conocido a un tipo joven, serio, muy estirado, quiero decir educado y que según me dice Vlady, es un marchante de arte muy bueno.

Llega Maxine, tan deslumbrante como siempre; he de dejarles.

lunes, 6 de agosto de 2012

Norma


“Antes de comenzar siempre me froto los pezones con hielo para endurecerlos y aumentar su prominencia; quedan tersos como cerezas. Luego llegan las agotadoras sesiones fotográficas”. Natalie se echo a reír. Estaba sorprendida de las palabras de la joven modelo con la que estaba hablando. De su sinceridad.

Yo llegué al Beverly Hills Hotel de Los Ángeles para reunirme con Natalie justo a tiempo de escuchar las palabras de la joven. Más tarde Natalie me explicaría que había conocido a la modelo meses atrás en los estudios cinematográficos. Que hicieron amistad y de vez en cuando ambas quedaba para hablar. Hoy se han encontrado casualmente

Al presentármela Natalie, ella me saludó con una amplia y alegre sonrisa. Al verla de cerca me di cuenta de su deslumbrante belleza. “Soy Norma, Norma Jeane”, me dijo. Natalie me comentaría que Norma estaba divorciada: “Su ex marido es un tipo que se enroló en la Marina y fue enviado a Australia; no le gustaba que su mujer trabajara como modelo y la puso en la tesitura de tener que elegir. Ella eligió divorciarse: “Lo más importante que conseguí con mi matrimonio fue acabar para siempre con mi condición de huérfana”, le comentaba a Natalie.

Luego recordaría haber visto su fotografía en la portada de alguna publicaciones para las que trabaja Vlady: Laff y Pix entre otras, y Natalie me comento que Norma había trabajado de extra en un par de películas.

Se preguntarán qué hago yo en el Beverly Hills Hotel y fuera del Café Society. Bueno como ya he explicado trabajo en los diálogos de una película muda que se va a rodar próximamente en Hollywood. Si han leído bien: los diálogos de una película muda y en la que trabaja como actriz principal Natalie, mi adorable y amada Natalie.

Esta noche actuá aquí en el Beverly Hills Hotel la orquesta de Charlie Barnet, que hace una versión fantástica de Swing StreerStrut y de Lament for May. La cena y sobremesa se alargó hasta las tantas. Natalie y yo nos reímos mucho con los sueños de Norma: “Cuando contemplo la noche de Hollywood pienso que debe de haber miles de muchachas tan solas como yo que sueñan con convertirse en estrellas de cine. Pero no voy a preocuparme por ellas. Yo sueño más que nadie”.

No obstante los martinis y el cansancio, intuí que esta joven dará argumentos para escribir acerca de ella. Su inteligencia natural es sorprendente. 

Cuando nos despedimos de Norma, Natalie y yo nos dirigimos al ascensor. Antes de entrar ella se quitos los zapatos con disimulado gesto de dolor.



viernes, 3 de agosto de 2012

La mancha


Hace unos días cayó sobre mí una mancha. Una mancha difícil de borrar. Hay manchas en tu vida que caen sobre tu expediente militar, académico, familia o sobre tu trabajo artístico, literario... Hay manchas también en la conciencia, otras más llevaderas en el traje, el abrigo o el sombrero. Hay manchas en la piel y en la ropa interior. Las manchas son como puede verse algo extraordinariamente cotidiano, y, por eso apenas las prestamos atención, so pena de que uno padezca de misofobia.

Por lo demás, he de explicar que nunca me han importado las manchas que pudiera tener salvo las de conciencia. A todas las demás que me hayan podido poner o caer es necesario ahora sumar una más; una encargada de martirizar a uno de mis ojos.

El doctor Wilkinson, del que ya les he hablado, me ha dicho muy serio que eso no tiene fácil solución. Es necesario pasar por el quirófano. Y no es una intervención sencilla, me aclara,

Para quitarme toda posible esperanza de salvación, me dice que debo ir haciéndome a la idea de que probablemente pierda la vista del ojo afectado. A no ser, enfatiza, que me ponga de inmediato en manos de un especialista de ojos.

Sin quebranto de mi desánimo, Wilk me recomienda visitar a un oftalmólogo amigo suyo que trabaja en el Hospital Monte Sinai, aquí en Manhattan. Wil hablará hoy mismo con él para que me reciba de inmediato. De hecho en este momento me encuentro en el Cafe Society esperando a Wil.

Aquí la espera no se hace larga. Estoy entre amigos y buen bourbon, y esta noche tengo conmigo a Kay Starr, vieja amiga y maravillosa cantante. Hace una interpretación de You Were Only Foolong asombrosa, y una no menos sensacional versión de StormyWeather.

Le pido a Herni mi tercer boubon con hielo, y por el rabillo del ojo veo el contorneo de Maxine aproximándose a mi mesa. Su única mancha es haber conocido a un tipo como yo y haberse acostado con él. En lo más profundo de mi espero que esa mancha suya perdure por largo tiempo. Mi temor es serio y está acreditado. No se si les he dicho que Maxine es la propietaria de una lavandería, aquí en Manhattan.

jueves, 2 de agosto de 2012

La Guerra Fría alcanza al Cafe Society


Anoche al llegar al Café Society me encontré con una atmósfera extraña, cara de preocupación en Herni y Sam.

Cuando Herni me trajo mi bourbon a la mesa le pregunté qué ocurría: “Barney nos ha dicho que su hermano León ha sido llamado por el HUAC, y está muy preocupado por las repercusiones que eso está teniendo para él y que ya han comenzado a reflejarse en la prensa”.

Y quién narices es el HUAC, pregunté de nuevo a Herni: “El HUAC es el Comité de la Cámara de Actividades Antiamericanas. Barney podrá darte más detalle del asunto. Me ha dicho que le avise en cuanto llegarás”.

Mientras esperaba a Barney, me entretuve, como el resto del público, muy numeroso esta noche, en escuchar a Helen Forrest y su Takin 'A Chance on Love, de Vernon Duke. ¡Fantástica!.

Barney no tenía muy buen aspecto que digamos cuando le vi dirigirse a mi mesa. Se sentó y Sam le sirvió un martini

Barney Josephson y yo nos conocimos hace bastante tiempo en el Cotton Club de Harlem. Eso debió ser alrededor de 1931 ó 1932. Ambos éramos y somos unos grandes aficionados al jazz y a las big band . Barney fundo el Cafe Society en 1938, y desde entonces soy cliente suyo. Luego, dos años después creó el Café Society Uptown, que también frecuento con cierta asiduidad.

Según me cuenta resulta que su hermano León, abogado, quien además trabaja para la organización Defensa Internacional del Trabajo, se ha negado en rotundo a declarar ante la Cámara de Actividades Antiamericanas, y como resultado de ello ha sido encarcelado por desacato. Si esto ya es malo, me asegura, ahora la prensa dice que el Café Society es un refugio de comunistas.

¿Qué te parece? ¡Un refugio de comunistas!. Esto lo único que es un club en el que blancos y negros trabajamos juntos por la música. Y eso les molesta a medios conservadores y sus voceros, esos periodista republicanos y últraconservadores que ven comunistas en todas partes.

Barney estaba francamente alterado. Es cierto que el Cafe Society es un lugar frecuentado por la intelectualidad neoyorquina favorable a la integración de la sociedad segregada, y que se han hecho recolectas y actos políticos para tales fines. Ahora tachar al Café de lugar de reunión y financiación de actividades comunistas, eso era una vileza.

Barney estaba seguro que los ataques a su establecimiento eran una maniobra orquestada por Clare Soothe Luce y sus poderosos amigos en venganza por haber puesto a su establecimiento el nombre que ellos utilizaban - café society - para referirse a los habituales asistentes a los club más exclusivos de New York, como el Morocco, Stork Club y el Club 21. "El encarcelamiento de mi hermano ha sido la coartada perfecta", me aseguró.

Clare Soothe Luce, convencida de la necesidad de mantener la segregación racial es la mujer de Henry Luce, el furibundo anticomunista propietario de Time, Life y Fortune.

Así que Barney estaba seguro que a partir de ahora no tendría más que problemas. De hecho, me aseguró, ya había comenzado a notar cierta caída en los ingresos de su negocio, especialmente en el Café Society Uptown.

Hacia ya un buen rato que Natalie se nos había unido y escuchaba atentamente las explicaciones del dueño del Café Society. Herni la sirvió en martini, y en el escenario comenzaba a actuar una de las tres o cuatro cantantes que más aprecio por su calidad interpretativa, y por su belleza. Ella es Edythe Wrigh,

Comenzó con The Lady is a Tramp y Destello de Estrella, y antes de continuar se acercó a la mesa donde estábamos Barney, Natalie y yo para saludarnos. La dije que no se olvidara de cantar You Don't Know How Much You Can Suffer si no me enfadaría con ella. Me sonrió y acercándoseme me susurro algunas frases al oído que no voy a revelar. Luego me dió un fugaz beso en la boca y se dirigió al escenario contorneando sus espléndidas y deseables caderas. Natalie ni se inmutó, sabía que esa noche me tendría para ella sola.

Después de enterarme de todo esto supuse que las cosas no le marcharían bien a Barney, y a mi tampoco, claro. Yo no compartó ni una sola idea de los bárbaros comunistas, pero tampoco estoy dispuesto a renunciar a relacionarme con quien me apetezca libremente, como he hecho hasta ahora. 

Todo hace presagiar que la Guerra Fría, con tintes racistas, ha alcanzado al Café Society.

lunes, 28 de mayo de 2012

I'll Never Smile Again


Si les dijese que soy un tipo triste, desde luego les estaría engañando: ni el mal bourbon es capaz de entristecerme. Una de las razones, no la única ni la más importante, por la que soy cliente asiduo del Café Society es porque el alcohol que sirven es de primerísima calidad. La música, el ambiente, las reuniones con los amigos y el trato que recibo de Barney, el dueño, y de Herni o de Sam, los camareros, son las razones de peso que me traen hasta aquí cada noche.

Pero bueno, a lo que iba. Les estaba diciendo que en mi caso la tristeza no es una de esas raras emociones que a veces invaden al ser humano, y que a mi, por las causas que sean, no se molesta en acercarse. Quizá todo ello se deba a la existencia de una subespecie de ser humano, desconocida o rara, y a la que yo pertenezca. Todo es posible.

Se preguntarán a qué viene todo esto. Y con razón. Verán, anoche llegué al Café Society como de costumbre a eso de la medianoche, tal vez un poco antes. Había quedado a partir de las doce con Vlady, esa rubia escultural y de mirada abrasadora de la que ya les he hablado en alguna otra ocasión.

Para que no piensen que Vlady es solo y exclusivamente un bello objeto del que me valgo egoistamente, les diré que sin que esto sea del todo incierto -todos nos valemos de los demás de una u otra forma-, Vlady es una mujer que de mi tan solo necesita alguno de mis muchos vicios. Esta mujer de físico extraordinario es además una magnífica fotógrafo. No hay un solo rincón en todo Manhattan que haya quedado libre del objetivo de su cámara. Y es difícil encontrar una publicación en la que no haya aparecido alguno de sus trabajos. También escribe sobre fotografía y expone en las principales salas de la ciudad. Si no fuera por un par de detalles que me avalan, y acerca de los cuales prefiero guardar silencio, yo sería un estorbo para esta mujer.

Cuando Vlady entró en el Café Society estaba hablando en mi mesa con Tommy Dorsey, amigo y soberbio trombonista, que esta noche actúa con su orquesta. Hablábamos de Ruth Lowe, a la que Vlady y yo habíamos conocido no hacía demasiado tiempo. Todo surgió a raíz del gran éxito que Tommy había cosechado con la canción en mi bemol mayor I'll Never Smile Again que Ruth compuso a finales del 39. La letra habla de la tragedia por la que Ruth había pasado:

No volveré a sonreír nunca
hasta que sonría contigo
no volveré a reír nunca.

¿Qué bien me haría?

Mis ojos se llenarían de lágrimas
mi corazón se daría cuenta
de que nuestro romance se terminó.

No volveré a reír nunca
estoy tan enamorada de ti
nunca me emocionaré otra vez
con alguien nuevo.

Dentro de mi corazón
sé que nunca volveré
a sonreír otra vez
hasta que sonría contigo.

Ruth estaba emparejada con un tipo de Chicago, un publicista musical. Se llamaba creo, Harold Cohen. Un año después de casarse Harol murió a consecuencia de una intervención quirúrgica de riñón. Eso destrozó a Ruth.

Cuando Tommy Dorsey y su orquesta atacaron los primeros compases de I'll Never Smile Again (Si, Re, Do, Mi, Fa, Fa, Fa, Fa, Sol, Fa, Mi, Sol), una sensación extraña me invadió. Aquello era nuevo para mi. Nunca había sentido algo similar. Vlady lo noto y me pregunto qué me pasaba. Intenté explicárselo lo mejor que pude. Pero no hizo falta, Vlady es una mujer demasiado inteligente: “Eso se llama melancolía. ¿Entiendes lo que te digo? Yo no contesté. No sabía que decir. Pedí un Bourbon doble con hielo a Herni y mientras esperaba su llegada agarré a Vlady por la cintura y la atraje fuertemente hacía mi buscando la brisa cálida de su aliento. Anoche deje de creer en raras subespecies y en mi presunción.

miércoles, 23 de mayo de 2012

Delicada intervención


Una enfermedad nada grave pero que requiere cierto reposo me ha tenido apartado de mi cita diaria con el Café Society. Barney, el dueño, ha salido rápidamente nada más verme a preguntarme. Lo mismo ha hecho Herni, el barman.
Las hemorroides y los últimos excesos han sido los causantes de esta prolongada ausencia, les he explicado. A ver si se me entiende, no es que yo sea de esos que van poniendo el culo por ahí, no. Pero ya saben: el bourbon, el tabaco, el picante... los excitantes, como el café, y no se si los sexuales que para mi son Maxine, Natalie y Vlady, están detrás de mi dolencia. 
Le dije al doctor que no estaba dispuesto a renunciar a ninguno de mis vicios, placeres y costumbre sociales, si acaso, al picante, ya que en el fondo no aporta nada de interés a mi vida. El medico, que es un colega del doctor Wilkinson me dijo que en ese caso me llevaría directo al quirófano para hacerme "una delicada intervención". Y que al menos durante diez o quince año no tendría que volver a darme por el culo, ya que si seguía con mis placeres y no la palmaba antes, me tendría que volver a operar. Yo acepté encantado.

Pero bueno yo no he venido esta noche al Café Society para hablarles de mi culo, sino para ver a mi amigo Count Basie y su orquesta. He de decirles que nada es comparable a este grupo. Nada. Si además canta Billie, como así ha sido All of mi y My man don't love me qué puedo decir ya. Nada. 

Yo que soy un enamorado del saxo, del trombón de varas y de la trompeta tendrían que escuchar a Ben Webster, a Coleman  Hawkins y  Benny Morton y a Roy Eldridge y Joe Wilder, por no hablar del resto.

Escuchándolos ni tan siquiera me he percatado de que la dureza de la silla ya no me molesta allí donde hace ahora un mes fue el causante de tener que ir de cabeza a la mesa de operaciones. Es fantástico.

Esta noche espero a Maxine, esa negra maravillosa de la que ya les he hablado. Cuando estamos juntos, les diré que el recibo de la luz me sube una barbaridad. Es imposible estar con ella en la cama a oscuras. Necesito verla entera y explorar cada rincón de su incomparable cuerpo. La luz es una bendición, aunque se lleve una buena parte de mis derecho de autor. Se lo aseguro, una bendición. Mientras llega me pongo a charlar con Billie.

martes, 3 de abril de 2012

Astoria


Anoche no aparecí por al Café Society. Estuve en el Waldorf-Astoria donde había quedado con Natalie. Hacía mucho tiempo que no entraba en este hotel. Sigue tan lujoso o más. Pensarán que soy un engreído, pero les aseguro que no. No puedo decir que este hotel sea mi lugar de peregrinaje, pero sí les aseguro que he pisado sus alfombras en más de una y de dos ocasiones. No olviden que soy escritor y cuando tenemos algún pequeño existo (siempre muy pequeño), los que nos leen, gente pudiente por lo general, suele invitarnos a estos lugares para vernos la jeta y que le firmemos el libro: “Para la Sra. George Washington Cavanaugh con sublime afecto y rendida consideración de John Nitram Ranet. Y lo mismo o parecido para su amiga lady Peel.

Hace un par de años, en el 45. No recuerdo el mes, y no creo que eso sea importante, me invitaron a un acontecimiento en este hotel. Robert, mi compañero de instituto, y ahora metido en negocios cinematográficos, fue el que me mando por correo una invitación, con una nota manuscrita en la que me recordaba (porque me conocía) que debía presentarme elegantemente vestido. Así lo hice, y es que ese día daba comienzo el rodaje de una película en la que trabajaba Ginger Rogers, Rosemary DeCamp, Lana Turner y Phyllis Thaxter. Cuatro mujeres bellísimas. De los interpretes masculinos, sinceramente, ni me molesté en saber quienes eran. Hablaban de un tal Walter Pidgeon - al que no tenía el gusto-, como galán.

Les diré que si pudiera haber escogido entre alguna de esas cuatro mujeres, sin duda esa sería Phyllis Thaxter: la joven celosa a punto de casarse en el film. La razón es que su belleza es natural y nada sofisticada ni artificial. Tiene el mismo aspecto que cualquiera de las cientos de mujeres con las que diariamente nos cruzamos o podemos encontrar en la parada del ómnibus o en el Subway.

En aquel momento la película no tenía título o si no era así, allí nadie dijo nada. Le pregunte a Robert y como respuesta se encogió de hombros. Ya no volví a preguntar. Tiempo después supe que le había puesto de título Week-End at the Waldorf. Como ven un nombre bastante original.

La gala fue magnífica. La verdad es que guardo un buen recuerdo de ese día. Los camareros impecablemente vestidos -como siempre- iban entre la selecta concurrencia ofreciendo champagne. Yo, la verdad es que no estaba habituado a tomar aquellas mariconadas. Así que cogí del brazo a uno de los camareros que andaban por allí y le dije que me trajera un boubon doble con tres cubitos de hielo, y que no me movería de donde estaba hasta que no llegara con el güisqui. El tipo debió ver la desesperación pintada en mi cara porque sin decir una palabra se dirigió presuroso al office y al momento salio con una bandeja en la que traía el jodido bourbon con hielo. El servicio en este hotel es francamente bueno.

Natalie llegó puntual; venía preciosa. La sencillez de esta mujer en el vestir y en todo lo demás es lo que cautiva a cualquier sujeto ordinario, farandulero y bebedor como yo, aunque todas esas cualidades las comparto con la de ser bastante educado y honrado con las mujeres.

Nos sentamos a cenar y como la noche sería larga y habría tiempo de hablar de todo, le conté, ya que me había venido a la memoria, la vez que fui invitado a este hotel para asistir a la presentación del rodaje de la película Week-End at the Waldorf. La risa de Natalie era igual que comerse una milhoja: dulce y blanca. Cómo me gusta esta mujer.

La cena del numeroso y selecto público, yo debía ser la excepción, estaba amenizada por un joven pianista que comenzaba a despuntar, pero que era ya todo un portento. Se trataba de Dick Hyman. Le conocía porque había recibido clases de mi buen amigo Tedy Wilson. Cuando Natalie y yo nos sentamos, Dick atacaba Plays I'm Going to See My Ma. Deleitó al público con una versión francamente excepcional. Lo mismo hizo con A Monday Date y Tea for Two.

Natalie me habló de lo que le parecía la película en la que iba a trabajar en el momento que el guión estuviese completado. “Debes darte prisa. La gente de esta productora es muy impaciente”, me dijo. En cuanto a los diálogos que yo había de escribir, opinaba que con frases exclamatorias de alegría y tristeza, algún diálogo grave, resignado; alguno desesperado y dramático, y para ella de mujer enamorada y resignada, “estaba hecho”. Después me ofreció una de sus sonrisas y yo me vi sentado delante de mi Imperial Standard escribiendo FIN en los diálogos.

Entre Martini y Martini, güisqui y güisqui, fuimos pasando el tiempo mientras hablábamos y hablábamos con las manos entrelazadas por encima del mantel. Poco a poco nos comenzó a entrar cierta impaciencia, ganas de romper las formas, asi que nos dimos cuenta que estábamos de más en el Astoria. Pagué la cuenta, que supuso aproximadamente todos los derechos de mis próximos cien libros, nos levantamos y salimos a la calle con destino a mi apartamento. Entre confidencia y confidencia y risas practicamos el sexo hasta que el sol nos comenzó a acariciar. Ninguno de los dos tenía prisa.  

sábado, 31 de marzo de 2012

Diálogos


Anoche en el Café Society, Barney, el dueño, se acercó a mi mesa para preguntarme cómo es que no había ido las dos últimas semanas. Pensó que podía haberme pasado algo: “Estuve preocupado por ti”, me dijo.

Le tranquilicé, aunque no era necesario: ya estaba en el Café de nuevo esperando que Herni me trajera mi bourbon de costumbre. Aun así le dije que había estado todo este tiempo en Hollywood. Barney puso cara de sorprendido. Seguramente pensó en qué se me había a mi perdido en Los Ángeles. Sin embargo, le explique que una productora de cine, en la que trabajaba un viejo conocido del instituto, se había interesado por algunos de mis escritos y quería ver si yo podía estar interesado en escribir los diálogos para un guión cinematográfico. “Ya sabes para una película”.

Herni llego con mi güisqui justo cuando Rose Murphy subía al escenario tomaba asiento frente al piano y comenzaba a cantar Wanna Be Loved By You. Rose tiene una extraña voz, se la conoce por la “chica chee chee” y la de la voz de “rosa pálido”. Si escuchan alguna de sus canciones inmediatamente sabrán el porqué de estos apodos. Fuera de este comentario, he de decir que Rose, a la que conozco desde hace mucho tiempo, es una magnífica pianista y muy buena cantante. Su estilo es inconfundible, y su Wanna Be Loved By You, increible.

Me acordé de mi viaje a los Ángeles, mi estancia en Hollywood y la entrevista que mantuve con la productora. Al principio pensé que estaban bromeando, que era su modo de iniciar una negociación. Pero pasado un rato, como el responsable de la productora continuaba con la misma cantinela, empece a pensar que iba en serio y dejé de seguirle la corriente y de reirle sus gracias. El tipo me dijo que estaban preparando una película muda -sí, muda- basada en un hecho real. Me quede pasmado. Pedí un vaso de agua, pero me dijeron que si deseaba otra cosa no tenía más que pedirlo. Aquello me tranquilizó algo. Dije que me trajeran, si era posible, un bourbon con tres cubitos de hielo. Mientras esperaba mi güisqui me pregunté cómo mierda iba yo a escribir unos diálogos para una jodida película en la que no hablaría nadie.

¡Joder! Y para eso había yo viajado desde New York a los Ángeles, arriesgando mi vida en uno de esos trastos voladores. Si, muy amables las azafatas – y verdaderos monumentos – de la PanAm, pero el viaje en aquel trasto haciendo escalas me dejó descompuesto para varios días. Ni los bourbon lograron colocarme las entrañas en su sitio. Y ahora... Ahora que les escriba a estos un diálogo para una jodida película muda. ¡Joder! Pero si ya existe el cine sonoro.

El argumento es peregrino a más no poder. Es un tipo, actor famoso, que como consecuencia de una infección mal curada de garganta, o algo parecido, se queda sin voz, es decir, mudo. Pero como el fulano es enormemente famoso, la productora, una de esas grande que hay en Hollywood, no puede renunciar a que siga en la plantilla. Por otro lado, el público enloquece con sus películas y siempre está esperando la siguientes. Así que, ni cortos ni perezosos, se les ha ocurrido llevar su historia a la pantalla. ¿Y quién mejor que él para representar el papel de su propia historia? Nadie, claro está.

La verdad es que no se si agradecerle a mi amigo de la infancia sus desvelos por mi, no pedidos, por otro lado, o directamente en un intermedio de la negociación asesinarlo y volver a la jodida PanAm para regresas a Manhattan.

Cuando acabé mi güisqui, ya algo entonado, me armé de valor y decisión y pregunté, poniendo la cara de imbécil que mejor pude, para qué querían un diálogo cinematográfico si la película no iba a tener diálogos. Nadie va a soltar ni una palabra. Que para eso no me necesitaban, bastaba con un guión, también mudo, con el que un director, medianamente hábil, podía perfectamente sincronizar los movimiento de los actores a su gusto.

Se echaron a reír y me aseguraron que estaba muy confundido. Que dentro del guión, los diálogos eran importantísimos, y que pensaban que yo podía hacer un magnífico trabajo. Pedí otro bourbon. Esta vez solo, sin hielo.

¿Y cómo es eso?, pregunté. El que la película fuera muda no significaba que careciese de un buen diálogo. Es más, subrayaron, necesitamos un diálogo especial, es decir, muy cuidado en sus formas. Me bebí el güisqui de un trago, y me quedé mirándolos con cara de idiota y de incrédulo.

Pasado un momento me explicaron que aunque el actor principal no tenía voz, si podía mover los labios y ahí estaba precisamente la novedad del film. Necesitaban unos diálogos que cualquier espectador pudiera entender con tan solo el movimiento de labios del actor, de la actriz y del resto de los actores de reparto. Por eso era tan importante los diálogos. Habían de ser sencillos, pero profundos en cuanto a su contenido, ya que el drama así lo exigía.

Al final de la película, el actor principal es sometido a una intervención quirúrgica y logra recuperar su voz, pero para entonces la película ha terminado y yo, en caso de aceptar, me he matado a trabajar. No quise preguntar porqué mierdas no le operaban al principio y así nos ahorrábamos tantos quebraderos de cabeza. Además, siempre existía la posibilidad de que el tipo contará de manera retrospectiva lo que le había sucedido en el pasado, y cómo gracias a la operación ahora estaba bien y, no solo podía contar su historia, sino que hasta podía cantar si se lo proponía..

En esto que entró en la sala donde estábamos reunidos, una joven... cómo diría yo: sencillamente deslumbrante; de mediana estatura, ojos color miel y de mirada pícara, pelo castaño; boca grandes y labios gruesos... Era la actriz que trabajaría junto al actor mudo, que afortunadamente no estaba ese día en Hollywood y, por lo tanto, no podían presentármelo. Ese bombón de mujer se llamaba Natalie, y nada más verla me enamore. Si, me enamoré locamente de esa preciosidad.

En aquel momento di por finalizada la negociación: ¿Dónde hay que firmar?, dije. Todos rieron, yo incluido, y brindamos por mi incorporación al grupo y por el éxito que, sin duda, me esperaba, nos esperaba a todos. Ese mismo día, ya como un miembro más de la Columbia Pictures, me invitaron a cenar para celebrarlo. Por supuesto que Natalie asistió. No solo eso, sino que se sentó a mi lado, me dio conversación, y enseguida comenzamos a entendernos. Para entonces ya había decidido dejarme la vida en los diálogos con tal de estar cerca de semejante diosa: su mirada, aunque traviesa, podía fundir un helado aun dentro del congelador.

A la noche siguiente salimos los dos solos a cenar, luego me llevo a un club al que ella solía ir con cierta frecuencia; algo así como su cuartel general. Después nos fuimos a su casa y me invitó a compartir su cama. ¡Que mujer!

Lo bueno de mi trabajo es que no tengo que trasladarme a vivir a Los Ángels, sino que puedo trabajar desde aquí, desde Manhattan, aunque tengo que desplazarme a los estudios con cierta frecuencia. No es como Natalie que ha de estar necesariamente en Los Ángeles, aunque me ha dicho que muy de vez en cuando viene a New York, de donde es y donde reside sus familia. Hemos quedado en vernos en el Waldorf-Astoria Hotel el próximo lunes por la tarde noche. Desde ayer no hago otra cosa que consultar el reloj y darle cuerda para que no se pare por el uso.

Herni me trae otro bourbon, el tercero, enciendo un cigarrillo y me apresto a escuchar a Julie London. Me apasiona su voz suave, dulce y sugerente. La interpretación que hace de You Go to My Head es sencillamente única.

miércoles, 21 de marzo de 2012

Huguette con muñecas


La historia que narro ocurrió aquí en Manhattan, en uno de los lugares más selector y exclusivos de la Big Apple, estuvo protagonizada por una multimillonaria, y me lo contaron una noche en el Café Society hace algún tiempo. Entonces no le di mayor importancia: eran cosas de millonarios, que solo les pasa a ellos, pensé. Ahora sin embargo, parece que existe una gran disputa en torno al destino futuro de la fortuna de la protagonista de esta historia. Tanto que ha llegado hasta los juzgados y según el New York Times hay hasta una investigación abierta.

No era muy tarde cuando aquel día una persona a la que no había visto nunca ocupó la mesa contigua a la mía. Vestía con esmero y elegancia, sus modales eran refinados. Medía sus movimientos con extremo cuidado y sin precipitación y, lo más llamativo, miraba con avidez todo lo que le rodeaba, daba la impresión, que después confirmé, que era la primera vez que entraba en un lugar como el Café Society.

Le pregunté eso mismo, y el tipo me miró con simpatía y dijo que efectivamente era la primera vez que entraba, no en este Café, sino en establecimientos así, aseguró. Luego sonrió a modo de disculpa. Se llamaba Suzanne Pierre y era empleado: sirviente, dijo. Le tendí la mano al tiempo que me presentaba. Él me preguntó si yo era un asiduo cliente del local y a qué me dedicaba. A lo primero contesté que sí y a lo segundo que era escritor. Vi cómo se le iluminaba la cara al escuchar de mis labios que era escritor. Entonces arrastró su silla hasta situarla junto a la mía y comentarme que estaba interesado en dar a conocer una historia de la que muy pocos tenían noticia y que a él le parecía podía interesarme. Además la persona de la que quería hablar era muy amiga suya.

Pedí a Herni dos boubon con hielo. Él me dijo que no estaba acostumbrado a beber, pero que en esta ocasión haría una excepción, y agradeció mi invitación.

Había oído hablar de Huguette Marcela Clark. En realidad de la familia Clark. El padre, William Andrews Clark, fallecido hace tiempo, en 1925, había sido senador e industrial: estuvo dedicado a la minería del cobre y el ferrocarril.

Huguette a la edad de 23 años compaginaba la música y la pintura (expuso algunas de sus creaciones en la Corcoran Gallery of Art) con sus frecuentes salidas a fiestas en los hoteles Pierrre y Plaza. A los 22 años era una joven millonaria que frecuentemente aparecía en las páginas de sociedad de los periódicos, y resultaba un partido magnífico para cualquier joven de la alta sociedad neoyorquina.

Pensé que ese tipo de mujer le estaba vedado a un muerto de hambre, como era mi caso. Aunque si he de ser sincero mis aspiraciones eran distintas a la que eso jóvenes refinados pudieran tener. A mi en realidad me gustaban todas las mujeres, no una solo, el bourbon y la literatura. Por lo demás estaba convencido de que, acostumbrado a visitar garitos inmundos, bares, y club, difícilmente sabría comportarme en esos lugares tan selectos y refinados a los que acudía Huguette, sus hermanos y amigos. Esta gente mira mucho las formas, las manera de estar y comportarse.

La cuestión es que la jovencísima Huguette conoció en 1928 a un joven estudiante de Derecho, hijo de un socio de su padre, llamado William MacDonald Gower, que le propuso matrimonio. Se casaron en Santa Bárbara, California. Nueve meses después se separaron y en 1930 llego el divorcio. Huguette alego abandono de hogar y el desgraciado de William que el matrimonio no se había consumado. Valiente necio e impotente

Justamente en la puerta de los juzgados, en Reno, Nevada, es donde dio comienzo la verdadera historia de Huguette Clark. Ese día, tras firmar el divorcio fue fotografiada por última vez. Al año siguiente se rumoreo que podría existir un compromiso con el duque de Leinster, pero el asunto quedo en eso: un rumor. Poco después se supo que el tipo ese, aristócrata, era un vividor, estaba en la ruina y para salvar los muebles buscaba una rica heredera en las Américas. Finalmente no pudo dar el soñado braguetazo. La heredera de la segunda mayor fortuna del país volvió a sufrir una tremenda desilusión amorosa.

En esta época ya vivía en una mansión en el 962 Fifth Avenue. cercana a un apartamento en el duodécimo piso del 907 Fifth Avenue. Posteriormente compró la octava planta del edificio Y es a partir de aquí, me dice mi confidente, cuando se borra el rastro de nuestra protagonista. No se ha vuelto a saber nada de ella. Solo ha trascendido que desde sus fracasos amoroso y el grado de desconfianza adquirida hacía su entorno vive aislada y el tiempo lo dedica a las muñecas, en las que tiene invertidos una enorme fortuna. Sus empleadas mantenían perfectamente plachados los vestidnos de estas muñecas. Es, según Suzanne Pierre la pasión de Huguette.

Pienso que de haber pasado siquiera una noche por el Café Society, tal vez su vida hubiese cambiado para bien, y ahora sería una mujer quizá menos rica o igual, pero, desde luego, mucho más feliz. Y es que los impotentes, vividores y las muñecas, aunque estas no son culpables de nada, no son lo más idóneo para la conseguir la felicidad de las mujeres.

Caminando por entre sus sombras Suzanne Pierre (a quién le han diagnosticado, según ha explicado, una enfermedad a la que llaman Alzheimer), me dice que Huguette ahora vive en los hospitales de Nueva York, no por problemas de salud, sino por desconfianza hacía su familia y otras personas. Piensa de ellas que el único interés que les mueve es sacarle dinero. La he estado visitando con bastante frecuencia en el Mount Sinai Hospital, y no hace tanto en el Centro Médico Beth Israel.

Este tipo tan elegante, cortes y educado estaba en el Café Society perdido y hablando con un extraño. Pasada la medianoche le acompañe a su casa. Cuando abandonamos el local Julio London cantaba Perfidia. Suzanne Pierre vive en el 907 de la Quinta Avenida. Ahí nos despedimos. Algo nostálgico me fui en busca de Maxine. 
Cuando desperté esta mañana sentí su cuerpo desnudo a mi lado.Busqué la humedad de su entrepierna y entonces ella se estremeció mientras ponía en tensión todos sus músculos y dejaba que me deslizara sobre su vientre. Hoy se ha tomado el día libre.

lunes, 19 de marzo de 2012

Masa corporal de 27


Anoche invité a Maxine, la dueña de la lavandería a la que llevo mi ropa para lavar y planchar con menos frecuencia de lo debido, al Café Society. Se lo había prometido, y no fue para cumplir y ser amable con ella. Nunca he dejado de cumplir mis compromisos, y menos que con nadie, con las mujeres. Sin ninguna pretensión exagerativa, esta propietaria de lavandería es la negra más impresionante, deslumbrante y con mejor cuerpo de todo Manhattan. Tiene alrededor de 40 años, mide 1,60 y su masa corporal debe andar por los 27. Para soñar. El ex marido, que la abandonó dejándola embarazada y llevándose todo lo que pudo y más, además de canalla era un majadero.


Maxine y yo hemos tenido suerte, porque esta noche en el Café Society está mis viejos amigos Lester Young y Teddy Wilson con su cuarteto. Cuando entramos en el Café comenzaba a sonar All of me. A mis amigos y conocidos suelo decirles siempre que si no han llevado nunca a su chica a oírlos tocar, en tal caso no deben estrañarse si un día les abandonan para irse con otro.

Hice una seña a Herni para que trajera un martini a Maxine y lo de siempre para mi. Sonriendo me hizo una leve seña de aprobación por la hermosura que me acompañaba esta noche. Comenzaba a sonar Prisioner of love y Maxime se acurrucó junto a mi. Fue entonces cuando sentí la brisa cálida de su aliento en mi rostro.

Tarde nos fuimos juntos a la cama, y esta mañana cuando desperté Maxine ya se había marchado; ella madruga para abrir la lavandería. En un primer momento me sobresalté al no verla junto a mi. Después me tranquilice al acordarme que se había tenido que ir muy pronto, y al comprobar, ya por costumbre o instinto, que Maxine no me había abandonado y sacado de su vida: debajo de la cama no encontré nada, ninguna prenda olvidada a propósito para dejarme un recuerdo por su adiós.

Supuse que Maxine no me haría algo semejante. Ella es la única persona que sabe tanto como yo de mi vida sexual. El FBI debería utilizar más las lavanderías de este país en sus investigaciones si quiere que no se queden tantos crímenes sin resolver.



domingo, 18 de marzo de 2012

Piernas maquilladas


Vlady me comentaba en el Café Society que se había vuelto loca buscando por todo Manhattan y más allá, en Harlem, Brooklyn y Queens, “unas jodidas medias de nylon o de seda”; así me lo dijo: “unas jodidas medias de nylon o de seda”.

La observe extrañado. Ella nunca dice palabras feas. Algo ha debido sucederle para que rompa esa costumbre. No la dije nada porque vi en la expresión de su cara que no había terminado aún de hablar. Tan solo le hice una seña para que esperara un instante mientras pedía a Herni dos güisquis con hielo. Luego la mire a los ojos y adopte una postura de espera, de estar atento y dispuesto a escuchar todo lo que tuviera que echar por su hermosa, grande, sugerente y abrasadora boca. Por supuesto que no osaría interrumpirla. Ni por asomo se me ocurriría tal cosa.

“No he sido capaz de encontrar en todo New York unas medias ni de nylon ni de seda. ¿Qué te parece? ¡Eh! ¿Qué te parece? Ni una solo. Me han dicho que la guerra tiene la culpa. Que el nylon y la seda lo necesitan para otras cosas no para confeccionar medias. ¿Que te parece? ¿Cómo mierda pretende el Gobierno que vayamos con las piernas al aíre, desnudas en invierno? No me parecería mal que hubiese escasez por necesidades de la guerra, pero de ahí a que no haya ni un par de medias en todo el país, es imperdonable”.

Me pareció que después de decir todo esto, de desahogarse conmigo, empezó a tranquilizarse, a hablar más pausadamente, menos enfurecida. Creo que ahora me va a decir cuál ha sido la solución que finalmente ha encontrado. Vlady es así. Primero te cuenta la desgracia y después la solución. Si no la ha encontrado, en ese caso no te cuenta nada. Calló durante un rato mientras daba caladas seguidas a su cigarrillo y bebía a pequeños sorbos su boubon.

Pasado un rato, Vlady suspiró y se dispuso a contarme el resto, la solución, en tanto que en el escenario sonaba You'reGetting to Be a Habit with Me interpretada por Paggy Lee.

“¿Sabes qué? Que una amiga me habló la semana pasada, cuando la conté lo que me pasaba con las medias, que ella había pasado por lo mismo, pero que ahora utilizaba un producto que, aunque te parezca mentira -me dijo-, es como llevar medias, pero sin medias. Lo más sorprendente es que es un producto que se da en las piernas; que se aplica como si fuese una crema. ¿Entiendes? ¿Me estás escuchando?” Dije que por supuesto estaba escuchándola. Y es cierto, no estaba perdiéndome detalle de sus historia: no todos los días me entero de que mi chica lleva medias sin llevar medias.

“El producto se llama Velva Leg Film, de Elizabeth Arden, y lo hay en dos tonos: Sun Beige y Sun Bronze. Fíjate que con una botella de un dólar tengo para 20 aplicaciones, el equivalente de 20 pares de medias. Es muy resistente, no se forman carreras, ni se saltan puntos, tampoco se borran y puede quitarse simplemente con agua y jabón. Y lo mejor de todo, el maquillaje deja la superficie de las piernas lisa y suave; parece que llevas medias de seda de la mejor clase”.

La verdad es que me alegré por ella. Sin embargo me entristecí algo por mi: nunca hubiese pensado que para irme a la cama con Vlady tuviera que lavarle antes las piernas. Me dije que esa circunstancia asociada al güisqui mermaría bastante mi virilidad. En lugar de medias colgando del picaporte de la puerta de la habitación o a los pies de la cama, ahora me encontraría con un jodido sucedáneo en forma de fría y muda botella sobre el tocador. En fin solo me quedaba maldecir la guerra y esperar que acabara pronto.

Me di cuenta que yo también estaba molesto como Vlady con el Gobierno, pero por motivos bastante diferentes. Fijé mi pensamiento en la flacidez de mi entrepierna, suspire resignadamente y decidí pedirle otro boubon a Herni. En ese momento Peggy Leer tocaba Black Coffee. La melancolía invadió mi cuerpo. Y me pregunté si esta noche sería capaz...