lunes, 28 de mayo de 2012

I'll Never Smile Again


Si les dijese que soy un tipo triste, desde luego les estaría engañando: ni el mal bourbon es capaz de entristecerme. Una de las razones, no la única ni la más importante, por la que soy cliente asiduo del Café Society es porque el alcohol que sirven es de primerísima calidad. La música, el ambiente, las reuniones con los amigos y el trato que recibo de Barney, el dueño, y de Herni o de Sam, los camareros, son las razones de peso que me traen hasta aquí cada noche.

Pero bueno, a lo que iba. Les estaba diciendo que en mi caso la tristeza no es una de esas raras emociones que a veces invaden al ser humano, y que a mi, por las causas que sean, no se molesta en acercarse. Quizá todo ello se deba a la existencia de una subespecie de ser humano, desconocida o rara, y a la que yo pertenezca. Todo es posible.

Se preguntarán a qué viene todo esto. Y con razón. Verán, anoche llegué al Café Society como de costumbre a eso de la medianoche, tal vez un poco antes. Había quedado a partir de las doce con Vlady, esa rubia escultural y de mirada abrasadora de la que ya les he hablado en alguna otra ocasión.

Para que no piensen que Vlady es solo y exclusivamente un bello objeto del que me valgo egoistamente, les diré que sin que esto sea del todo incierto -todos nos valemos de los demás de una u otra forma-, Vlady es una mujer que de mi tan solo necesita alguno de mis muchos vicios. Esta mujer de físico extraordinario es además una magnífica fotógrafo. No hay un solo rincón en todo Manhattan que haya quedado libre del objetivo de su cámara. Y es difícil encontrar una publicación en la que no haya aparecido alguno de sus trabajos. También escribe sobre fotografía y expone en las principales salas de la ciudad. Si no fuera por un par de detalles que me avalan, y acerca de los cuales prefiero guardar silencio, yo sería un estorbo para esta mujer.

Cuando Vlady entró en el Café Society estaba hablando en mi mesa con Tommy Dorsey, amigo y soberbio trombonista, que esta noche actúa con su orquesta. Hablábamos de Ruth Lowe, a la que Vlady y yo habíamos conocido no hacía demasiado tiempo. Todo surgió a raíz del gran éxito que Tommy había cosechado con la canción en mi bemol mayor I'll Never Smile Again que Ruth compuso a finales del 39. La letra habla de la tragedia por la que Ruth había pasado:

No volveré a sonreír nunca
hasta que sonría contigo
no volveré a reír nunca.

¿Qué bien me haría?

Mis ojos se llenarían de lágrimas
mi corazón se daría cuenta
de que nuestro romance se terminó.

No volveré a reír nunca
estoy tan enamorada de ti
nunca me emocionaré otra vez
con alguien nuevo.

Dentro de mi corazón
sé que nunca volveré
a sonreír otra vez
hasta que sonría contigo.

Ruth estaba emparejada con un tipo de Chicago, un publicista musical. Se llamaba creo, Harold Cohen. Un año después de casarse Harol murió a consecuencia de una intervención quirúrgica de riñón. Eso destrozó a Ruth.

Cuando Tommy Dorsey y su orquesta atacaron los primeros compases de I'll Never Smile Again (Si, Re, Do, Mi, Fa, Fa, Fa, Fa, Sol, Fa, Mi, Sol), una sensación extraña me invadió. Aquello era nuevo para mi. Nunca había sentido algo similar. Vlady lo noto y me pregunto qué me pasaba. Intenté explicárselo lo mejor que pude. Pero no hizo falta, Vlady es una mujer demasiado inteligente: “Eso se llama melancolía. ¿Entiendes lo que te digo? Yo no contesté. No sabía que decir. Pedí un Bourbon doble con hielo a Herni y mientras esperaba su llegada agarré a Vlady por la cintura y la atraje fuertemente hacía mi buscando la brisa cálida de su aliento. Anoche deje de creer en raras subespecies y en mi presunción.

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