sábado, 31 de marzo de 2012

Diálogos


Anoche en el Café Society, Barney, el dueño, se acercó a mi mesa para preguntarme cómo es que no había ido las dos últimas semanas. Pensó que podía haberme pasado algo: “Estuve preocupado por ti”, me dijo.

Le tranquilicé, aunque no era necesario: ya estaba en el Café de nuevo esperando que Herni me trajera mi bourbon de costumbre. Aun así le dije que había estado todo este tiempo en Hollywood. Barney puso cara de sorprendido. Seguramente pensó en qué se me había a mi perdido en Los Ángeles. Sin embargo, le explique que una productora de cine, en la que trabajaba un viejo conocido del instituto, se había interesado por algunos de mis escritos y quería ver si yo podía estar interesado en escribir los diálogos para un guión cinematográfico. “Ya sabes para una película”.

Herni llego con mi güisqui justo cuando Rose Murphy subía al escenario tomaba asiento frente al piano y comenzaba a cantar Wanna Be Loved By You. Rose tiene una extraña voz, se la conoce por la “chica chee chee” y la de la voz de “rosa pálido”. Si escuchan alguna de sus canciones inmediatamente sabrán el porqué de estos apodos. Fuera de este comentario, he de decir que Rose, a la que conozco desde hace mucho tiempo, es una magnífica pianista y muy buena cantante. Su estilo es inconfundible, y su Wanna Be Loved By You, increible.

Me acordé de mi viaje a los Ángeles, mi estancia en Hollywood y la entrevista que mantuve con la productora. Al principio pensé que estaban bromeando, que era su modo de iniciar una negociación. Pero pasado un rato, como el responsable de la productora continuaba con la misma cantinela, empece a pensar que iba en serio y dejé de seguirle la corriente y de reirle sus gracias. El tipo me dijo que estaban preparando una película muda -sí, muda- basada en un hecho real. Me quede pasmado. Pedí un vaso de agua, pero me dijeron que si deseaba otra cosa no tenía más que pedirlo. Aquello me tranquilizó algo. Dije que me trajeran, si era posible, un bourbon con tres cubitos de hielo. Mientras esperaba mi güisqui me pregunté cómo mierda iba yo a escribir unos diálogos para una jodida película en la que no hablaría nadie.

¡Joder! Y para eso había yo viajado desde New York a los Ángeles, arriesgando mi vida en uno de esos trastos voladores. Si, muy amables las azafatas – y verdaderos monumentos – de la PanAm, pero el viaje en aquel trasto haciendo escalas me dejó descompuesto para varios días. Ni los bourbon lograron colocarme las entrañas en su sitio. Y ahora... Ahora que les escriba a estos un diálogo para una jodida película muda. ¡Joder! Pero si ya existe el cine sonoro.

El argumento es peregrino a más no poder. Es un tipo, actor famoso, que como consecuencia de una infección mal curada de garganta, o algo parecido, se queda sin voz, es decir, mudo. Pero como el fulano es enormemente famoso, la productora, una de esas grande que hay en Hollywood, no puede renunciar a que siga en la plantilla. Por otro lado, el público enloquece con sus películas y siempre está esperando la siguientes. Así que, ni cortos ni perezosos, se les ha ocurrido llevar su historia a la pantalla. ¿Y quién mejor que él para representar el papel de su propia historia? Nadie, claro está.

La verdad es que no se si agradecerle a mi amigo de la infancia sus desvelos por mi, no pedidos, por otro lado, o directamente en un intermedio de la negociación asesinarlo y volver a la jodida PanAm para regresas a Manhattan.

Cuando acabé mi güisqui, ya algo entonado, me armé de valor y decisión y pregunté, poniendo la cara de imbécil que mejor pude, para qué querían un diálogo cinematográfico si la película no iba a tener diálogos. Nadie va a soltar ni una palabra. Que para eso no me necesitaban, bastaba con un guión, también mudo, con el que un director, medianamente hábil, podía perfectamente sincronizar los movimiento de los actores a su gusto.

Se echaron a reír y me aseguraron que estaba muy confundido. Que dentro del guión, los diálogos eran importantísimos, y que pensaban que yo podía hacer un magnífico trabajo. Pedí otro bourbon. Esta vez solo, sin hielo.

¿Y cómo es eso?, pregunté. El que la película fuera muda no significaba que careciese de un buen diálogo. Es más, subrayaron, necesitamos un diálogo especial, es decir, muy cuidado en sus formas. Me bebí el güisqui de un trago, y me quedé mirándolos con cara de idiota y de incrédulo.

Pasado un momento me explicaron que aunque el actor principal no tenía voz, si podía mover los labios y ahí estaba precisamente la novedad del film. Necesitaban unos diálogos que cualquier espectador pudiera entender con tan solo el movimiento de labios del actor, de la actriz y del resto de los actores de reparto. Por eso era tan importante los diálogos. Habían de ser sencillos, pero profundos en cuanto a su contenido, ya que el drama así lo exigía.

Al final de la película, el actor principal es sometido a una intervención quirúrgica y logra recuperar su voz, pero para entonces la película ha terminado y yo, en caso de aceptar, me he matado a trabajar. No quise preguntar porqué mierdas no le operaban al principio y así nos ahorrábamos tantos quebraderos de cabeza. Además, siempre existía la posibilidad de que el tipo contará de manera retrospectiva lo que le había sucedido en el pasado, y cómo gracias a la operación ahora estaba bien y, no solo podía contar su historia, sino que hasta podía cantar si se lo proponía..

En esto que entró en la sala donde estábamos reunidos, una joven... cómo diría yo: sencillamente deslumbrante; de mediana estatura, ojos color miel y de mirada pícara, pelo castaño; boca grandes y labios gruesos... Era la actriz que trabajaría junto al actor mudo, que afortunadamente no estaba ese día en Hollywood y, por lo tanto, no podían presentármelo. Ese bombón de mujer se llamaba Natalie, y nada más verla me enamore. Si, me enamoré locamente de esa preciosidad.

En aquel momento di por finalizada la negociación: ¿Dónde hay que firmar?, dije. Todos rieron, yo incluido, y brindamos por mi incorporación al grupo y por el éxito que, sin duda, me esperaba, nos esperaba a todos. Ese mismo día, ya como un miembro más de la Columbia Pictures, me invitaron a cenar para celebrarlo. Por supuesto que Natalie asistió. No solo eso, sino que se sentó a mi lado, me dio conversación, y enseguida comenzamos a entendernos. Para entonces ya había decidido dejarme la vida en los diálogos con tal de estar cerca de semejante diosa: su mirada, aunque traviesa, podía fundir un helado aun dentro del congelador.

A la noche siguiente salimos los dos solos a cenar, luego me llevo a un club al que ella solía ir con cierta frecuencia; algo así como su cuartel general. Después nos fuimos a su casa y me invitó a compartir su cama. ¡Que mujer!

Lo bueno de mi trabajo es que no tengo que trasladarme a vivir a Los Ángels, sino que puedo trabajar desde aquí, desde Manhattan, aunque tengo que desplazarme a los estudios con cierta frecuencia. No es como Natalie que ha de estar necesariamente en Los Ángeles, aunque me ha dicho que muy de vez en cuando viene a New York, de donde es y donde reside sus familia. Hemos quedado en vernos en el Waldorf-Astoria Hotel el próximo lunes por la tarde noche. Desde ayer no hago otra cosa que consultar el reloj y darle cuerda para que no se pare por el uso.

Herni me trae otro bourbon, el tercero, enciendo un cigarrillo y me apresto a escuchar a Julie London. Me apasiona su voz suave, dulce y sugerente. La interpretación que hace de You Go to My Head es sencillamente única.

miércoles, 21 de marzo de 2012

Huguette con muñecas


La historia que narro ocurrió aquí en Manhattan, en uno de los lugares más selector y exclusivos de la Big Apple, estuvo protagonizada por una multimillonaria, y me lo contaron una noche en el Café Society hace algún tiempo. Entonces no le di mayor importancia: eran cosas de millonarios, que solo les pasa a ellos, pensé. Ahora sin embargo, parece que existe una gran disputa en torno al destino futuro de la fortuna de la protagonista de esta historia. Tanto que ha llegado hasta los juzgados y según el New York Times hay hasta una investigación abierta.

No era muy tarde cuando aquel día una persona a la que no había visto nunca ocupó la mesa contigua a la mía. Vestía con esmero y elegancia, sus modales eran refinados. Medía sus movimientos con extremo cuidado y sin precipitación y, lo más llamativo, miraba con avidez todo lo que le rodeaba, daba la impresión, que después confirmé, que era la primera vez que entraba en un lugar como el Café Society.

Le pregunté eso mismo, y el tipo me miró con simpatía y dijo que efectivamente era la primera vez que entraba, no en este Café, sino en establecimientos así, aseguró. Luego sonrió a modo de disculpa. Se llamaba Suzanne Pierre y era empleado: sirviente, dijo. Le tendí la mano al tiempo que me presentaba. Él me preguntó si yo era un asiduo cliente del local y a qué me dedicaba. A lo primero contesté que sí y a lo segundo que era escritor. Vi cómo se le iluminaba la cara al escuchar de mis labios que era escritor. Entonces arrastró su silla hasta situarla junto a la mía y comentarme que estaba interesado en dar a conocer una historia de la que muy pocos tenían noticia y que a él le parecía podía interesarme. Además la persona de la que quería hablar era muy amiga suya.

Pedí a Herni dos boubon con hielo. Él me dijo que no estaba acostumbrado a beber, pero que en esta ocasión haría una excepción, y agradeció mi invitación.

Había oído hablar de Huguette Marcela Clark. En realidad de la familia Clark. El padre, William Andrews Clark, fallecido hace tiempo, en 1925, había sido senador e industrial: estuvo dedicado a la minería del cobre y el ferrocarril.

Huguette a la edad de 23 años compaginaba la música y la pintura (expuso algunas de sus creaciones en la Corcoran Gallery of Art) con sus frecuentes salidas a fiestas en los hoteles Pierrre y Plaza. A los 22 años era una joven millonaria que frecuentemente aparecía en las páginas de sociedad de los periódicos, y resultaba un partido magnífico para cualquier joven de la alta sociedad neoyorquina.

Pensé que ese tipo de mujer le estaba vedado a un muerto de hambre, como era mi caso. Aunque si he de ser sincero mis aspiraciones eran distintas a la que eso jóvenes refinados pudieran tener. A mi en realidad me gustaban todas las mujeres, no una solo, el bourbon y la literatura. Por lo demás estaba convencido de que, acostumbrado a visitar garitos inmundos, bares, y club, difícilmente sabría comportarme en esos lugares tan selectos y refinados a los que acudía Huguette, sus hermanos y amigos. Esta gente mira mucho las formas, las manera de estar y comportarse.

La cuestión es que la jovencísima Huguette conoció en 1928 a un joven estudiante de Derecho, hijo de un socio de su padre, llamado William MacDonald Gower, que le propuso matrimonio. Se casaron en Santa Bárbara, California. Nueve meses después se separaron y en 1930 llego el divorcio. Huguette alego abandono de hogar y el desgraciado de William que el matrimonio no se había consumado. Valiente necio e impotente

Justamente en la puerta de los juzgados, en Reno, Nevada, es donde dio comienzo la verdadera historia de Huguette Clark. Ese día, tras firmar el divorcio fue fotografiada por última vez. Al año siguiente se rumoreo que podría existir un compromiso con el duque de Leinster, pero el asunto quedo en eso: un rumor. Poco después se supo que el tipo ese, aristócrata, era un vividor, estaba en la ruina y para salvar los muebles buscaba una rica heredera en las Américas. Finalmente no pudo dar el soñado braguetazo. La heredera de la segunda mayor fortuna del país volvió a sufrir una tremenda desilusión amorosa.

En esta época ya vivía en una mansión en el 962 Fifth Avenue. cercana a un apartamento en el duodécimo piso del 907 Fifth Avenue. Posteriormente compró la octava planta del edificio Y es a partir de aquí, me dice mi confidente, cuando se borra el rastro de nuestra protagonista. No se ha vuelto a saber nada de ella. Solo ha trascendido que desde sus fracasos amoroso y el grado de desconfianza adquirida hacía su entorno vive aislada y el tiempo lo dedica a las muñecas, en las que tiene invertidos una enorme fortuna. Sus empleadas mantenían perfectamente plachados los vestidnos de estas muñecas. Es, según Suzanne Pierre la pasión de Huguette.

Pienso que de haber pasado siquiera una noche por el Café Society, tal vez su vida hubiese cambiado para bien, y ahora sería una mujer quizá menos rica o igual, pero, desde luego, mucho más feliz. Y es que los impotentes, vividores y las muñecas, aunque estas no son culpables de nada, no son lo más idóneo para la conseguir la felicidad de las mujeres.

Caminando por entre sus sombras Suzanne Pierre (a quién le han diagnosticado, según ha explicado, una enfermedad a la que llaman Alzheimer), me dice que Huguette ahora vive en los hospitales de Nueva York, no por problemas de salud, sino por desconfianza hacía su familia y otras personas. Piensa de ellas que el único interés que les mueve es sacarle dinero. La he estado visitando con bastante frecuencia en el Mount Sinai Hospital, y no hace tanto en el Centro Médico Beth Israel.

Este tipo tan elegante, cortes y educado estaba en el Café Society perdido y hablando con un extraño. Pasada la medianoche le acompañe a su casa. Cuando abandonamos el local Julio London cantaba Perfidia. Suzanne Pierre vive en el 907 de la Quinta Avenida. Ahí nos despedimos. Algo nostálgico me fui en busca de Maxine. 
Cuando desperté esta mañana sentí su cuerpo desnudo a mi lado.Busqué la humedad de su entrepierna y entonces ella se estremeció mientras ponía en tensión todos sus músculos y dejaba que me deslizara sobre su vientre. Hoy se ha tomado el día libre.

lunes, 19 de marzo de 2012

Masa corporal de 27


Anoche invité a Maxine, la dueña de la lavandería a la que llevo mi ropa para lavar y planchar con menos frecuencia de lo debido, al Café Society. Se lo había prometido, y no fue para cumplir y ser amable con ella. Nunca he dejado de cumplir mis compromisos, y menos que con nadie, con las mujeres. Sin ninguna pretensión exagerativa, esta propietaria de lavandería es la negra más impresionante, deslumbrante y con mejor cuerpo de todo Manhattan. Tiene alrededor de 40 años, mide 1,60 y su masa corporal debe andar por los 27. Para soñar. El ex marido, que la abandonó dejándola embarazada y llevándose todo lo que pudo y más, además de canalla era un majadero.


Maxine y yo hemos tenido suerte, porque esta noche en el Café Society está mis viejos amigos Lester Young y Teddy Wilson con su cuarteto. Cuando entramos en el Café comenzaba a sonar All of me. A mis amigos y conocidos suelo decirles siempre que si no han llevado nunca a su chica a oírlos tocar, en tal caso no deben estrañarse si un día les abandonan para irse con otro.

Hice una seña a Herni para que trajera un martini a Maxine y lo de siempre para mi. Sonriendo me hizo una leve seña de aprobación por la hermosura que me acompañaba esta noche. Comenzaba a sonar Prisioner of love y Maxime se acurrucó junto a mi. Fue entonces cuando sentí la brisa cálida de su aliento en mi rostro.

Tarde nos fuimos juntos a la cama, y esta mañana cuando desperté Maxine ya se había marchado; ella madruga para abrir la lavandería. En un primer momento me sobresalté al no verla junto a mi. Después me tranquilice al acordarme que se había tenido que ir muy pronto, y al comprobar, ya por costumbre o instinto, que Maxine no me había abandonado y sacado de su vida: debajo de la cama no encontré nada, ninguna prenda olvidada a propósito para dejarme un recuerdo por su adiós.

Supuse que Maxine no me haría algo semejante. Ella es la única persona que sabe tanto como yo de mi vida sexual. El FBI debería utilizar más las lavanderías de este país en sus investigaciones si quiere que no se queden tantos crímenes sin resolver.



domingo, 18 de marzo de 2012

Piernas maquilladas


Vlady me comentaba en el Café Society que se había vuelto loca buscando por todo Manhattan y más allá, en Harlem, Brooklyn y Queens, “unas jodidas medias de nylon o de seda”; así me lo dijo: “unas jodidas medias de nylon o de seda”.

La observe extrañado. Ella nunca dice palabras feas. Algo ha debido sucederle para que rompa esa costumbre. No la dije nada porque vi en la expresión de su cara que no había terminado aún de hablar. Tan solo le hice una seña para que esperara un instante mientras pedía a Herni dos güisquis con hielo. Luego la mire a los ojos y adopte una postura de espera, de estar atento y dispuesto a escuchar todo lo que tuviera que echar por su hermosa, grande, sugerente y abrasadora boca. Por supuesto que no osaría interrumpirla. Ni por asomo se me ocurriría tal cosa.

“No he sido capaz de encontrar en todo New York unas medias ni de nylon ni de seda. ¿Qué te parece? ¡Eh! ¿Qué te parece? Ni una solo. Me han dicho que la guerra tiene la culpa. Que el nylon y la seda lo necesitan para otras cosas no para confeccionar medias. ¿Que te parece? ¿Cómo mierda pretende el Gobierno que vayamos con las piernas al aíre, desnudas en invierno? No me parecería mal que hubiese escasez por necesidades de la guerra, pero de ahí a que no haya ni un par de medias en todo el país, es imperdonable”.

Me pareció que después de decir todo esto, de desahogarse conmigo, empezó a tranquilizarse, a hablar más pausadamente, menos enfurecida. Creo que ahora me va a decir cuál ha sido la solución que finalmente ha encontrado. Vlady es así. Primero te cuenta la desgracia y después la solución. Si no la ha encontrado, en ese caso no te cuenta nada. Calló durante un rato mientras daba caladas seguidas a su cigarrillo y bebía a pequeños sorbos su boubon.

Pasado un rato, Vlady suspiró y se dispuso a contarme el resto, la solución, en tanto que en el escenario sonaba You'reGetting to Be a Habit with Me interpretada por Paggy Lee.

“¿Sabes qué? Que una amiga me habló la semana pasada, cuando la conté lo que me pasaba con las medias, que ella había pasado por lo mismo, pero que ahora utilizaba un producto que, aunque te parezca mentira -me dijo-, es como llevar medias, pero sin medias. Lo más sorprendente es que es un producto que se da en las piernas; que se aplica como si fuese una crema. ¿Entiendes? ¿Me estás escuchando?” Dije que por supuesto estaba escuchándola. Y es cierto, no estaba perdiéndome detalle de sus historia: no todos los días me entero de que mi chica lleva medias sin llevar medias.

“El producto se llama Velva Leg Film, de Elizabeth Arden, y lo hay en dos tonos: Sun Beige y Sun Bronze. Fíjate que con una botella de un dólar tengo para 20 aplicaciones, el equivalente de 20 pares de medias. Es muy resistente, no se forman carreras, ni se saltan puntos, tampoco se borran y puede quitarse simplemente con agua y jabón. Y lo mejor de todo, el maquillaje deja la superficie de las piernas lisa y suave; parece que llevas medias de seda de la mejor clase”.

La verdad es que me alegré por ella. Sin embargo me entristecí algo por mi: nunca hubiese pensado que para irme a la cama con Vlady tuviera que lavarle antes las piernas. Me dije que esa circunstancia asociada al güisqui mermaría bastante mi virilidad. En lugar de medias colgando del picaporte de la puerta de la habitación o a los pies de la cama, ahora me encontraría con un jodido sucedáneo en forma de fría y muda botella sobre el tocador. En fin solo me quedaba maldecir la guerra y esperar que acabara pronto.

Me di cuenta que yo también estaba molesto como Vlady con el Gobierno, pero por motivos bastante diferentes. Fijé mi pensamiento en la flacidez de mi entrepierna, suspire resignadamente y decidí pedirle otro boubon a Herni. En ese momento Peggy Leer tocaba Black Coffee. La melancolía invadió mi cuerpo. Y me pregunté si esta noche sería capaz...






martes, 13 de marzo de 2012

Vuelta a la normalidad

He vuelto al hielo. Me he resistido durante dos largos días antes de sucumbir cobardemente: las sirenas cantaron y yo acudí solícito a la isla. Ni Herni ni Sam evitaron mi caída, pero lo hicieron por interés propio. Ellos me juraron que el hielo que ponían en mi bourbon era de la mejor calidad: el agua utilizada es la misma que sale por los grifos de cualquier casa de Manhattan. Ni mejor, ni peor, proclamaron a coro. Eso me tranquilizó, y a partir de ese instante me sentí menos cobarde, pero más imbécil.

Anoche estuvo en el Café Society Josh White con su guitarra. Por suerte Billie no estaba. Llegó más tarde. Josh cantó Strange Fruit, que había hecho famosa Lady Day. El público no estuvo muy conforme con su versión. Yo no pronuncio ningún juicio. No es necesario, ni merece la pena: nadie ha logrado interpretar Extraño fruto como Billie. Esto lo sabe todo el mundo. En sus actuaciones, allí donde va, siempre la canta en el bis:

Una de esas noches en el Café Society en el que Eleanora y yo solemos dedicar tiempo y tiempo a recordar detalles de nuestra vida que nos hicieron felices o desgraciados, ella me contó que la escritora Lillian Smith le dijo en una ocasión que Strange Fruit le había servido como inspiración para escribir su novela, a la que le había puesto el mismo título que la melodía. ¡Que tiempos!

Herni nos sirvió dos bourbon con hielo y seguimos hablando. Mejor dicho, Billie siguió hablando y yo escuchando ensimismado. Decía que la gente de la parte alta de Manhattan y la parte baja se diferencian en que la de la parte alta es más real. En nuestro ambiente, me contaba Lady Day riendo, una puta es una puta y un chulo un chulo; un ladrón es un ladrón y un marica es un marica. Sin embargo en la parte baja y del centro, las cosas se ven de distinta manera. Y eso la sacaba de quicio, como a mi.

Ni ella ni yo entendíamos lo artificial y sinuoso de este doble lenguaje que se empleaba, donde una puta, no era tal, sino una mujer mundana; un marica podía ser un conquistador, mientras que una golfa podía ser una debutante, en tanto que un ladrón podía muy bien ser un ejecutivo, y un malparido alguien que no había sabido adaptarse y tenía dificultades.

Recuerdo que en otro tiempo y lugar las cosas no son muy distintas: el lenguaje es un medio para mal entenderse y conseguir, de este modo, deformar la realidad y confundir: puta ya no existe, ahora es mujer de la calle, pero por la calle van muchas mujeres y no son putas. Los maricas ahora no son conquistadores, sino gays, y además lo disimulan y cuando ya no pueden, se dice que “salen del armario”, es decir hacen un reconocimiento timorato, insuficiente y que busca no comprometer al inquilino del jodido armario...Lo único que no ha cambiado es la designación de ladrón, que efectivamente puede muy bien ser un ejecutivo, como tampoco el de malparido, aunque fuera del Café Society y de Manhattan, más modernamente, se prefiere hijo de puta, aunque el significado no sea el mismo.

Es muy tarde, pero ambos nos quedamos -pido a Herni un par de güisquis más- porque actúa una pianista y cantante nueva, gracias a lo cual Billie podrá descansar unos días. Se trata de Hazel Scott.







sábado, 10 de marzo de 2012

Del mañana

Anoche me paso algo impensable en el Café Society. Conocí a un tipo extraño; era español, no muy alto, más bien bajo, canoso y con perfil Neandertal, y me dijo que venía del 'mañana'. Antes de que prosiguiera le interrumpí para preguntarle qué mierda era eso de venir del 'mañana'. Sin inmutarse me dijo que se refería al 'futuro', a otra realidad, a hechos que aquí todavía no habían sucedido pero que sucederán irremediablemente. Me quede perplejo. Mire el hielo de mi vaso hecho seguramente con agua de cloaca y me dije que esa mierda me estaba matando.

Cuando me repuse no pude por menos que preguntarle  el motivo de su presencia aquí: por qué había abandonado el mañana para desplazarse al ayer o al anteayer en Manhattan. Sin mostrar sorpresa me aseguro que simplemente quería conocer la vida actual aquí y la gente por la que sentía interés debido a su profesión: cantantes, músicos, escritores, actrices, muchas de las mujeres hermosas que había visto en revistas y fotos. Solo eso, aclaró. También me dijo que de donde él venía las cosas no rodaban muy bien: la gente es bastante infeliz y, además, eso lo agrava la incultura que va ganando cada día más y más adeptos. 

Yo le hablé de la pobreza aquí, de la discriminación racial, de lo difícil que era a veces vivir con cierta dignidad.No me dijo mucho, solo que en el mañana había algunas cosas que cambiarían para mejor, otras se mantendrían igual y otras empeoraría. Acerca de las cosas que mejorarían, que fue por lo único que mostré interés, se refirió a la cuestión entre blanco y negros. Muy serio me aseguro que si yo no palmaba antes vería de presidente a un negro. Dicho esto se levanto para ir al retrete. 

Yo, por mi parte, miré de nuevo mi vaso, llame a Herni y le dije que me trajera un bourbon doble, pero si hielo. Me miro extrañado, se encogió de hombros y se metió detrás de la barra. Pasó mucho tiempo, pero aquel tipo no volvió por la mesa. Había desaparecido, se había esfumado.

Cuando entró Vlady, la rubia de mi sueños, la de anteayer, ayer y mañana, sentí un gran alivio: podía desahogarme con ella y además Vlady es una mujer que no es arquetipo de las teorías de los doctores Wilkinson  y Skreta. Llegó mi boubon solo, sin hielo.





viernes, 9 de marzo de 2012

La invitación

Esta mañana al despertarme sentí el cuerpo desnudo de Vlady junto al mío. El hecho me sorprendió, porque siempre cuando me despierto  estoy solo: ellas recogen sus cosas y sigilosamente salen de la habitación, es decir de mi vida. El único recuerdo que me dejan de su paso, y no siempre, son sus bragas debajo de la cama. Con  algo de nostalgia las añado al montón de ropa sucia que acumulo y que de tarde en tarde llevo a la lavar.

En la lavandería, la dueña recoge todas esas prendas íntimas, ya limpias, y las guarda para darla a alguna de esas asociaciones que se dedican a ayudar a los necesitados, y que ella conoce. La dueña del establecimiento es la única persona que sabe tanto como yo de mi vida sexual y del tipo de mujer que me frecuenta.

Al ir a por la ropa limpia, siempre me sonríe con algo de complicidad, y después me sugiere que vaya algo más a menudo, que no espere tanto, es decir, que no acumule tanta ropa sucia y maloliente en el apartamento. 

La observo y tengo la sensación de que espera algo de mi. Percibo un deseo en su mirada y expresión. El tipo con el que vivía la dejó embarazada y estuvo a punto de arruinarla antes de desaparecer llevándose todo lo que pudo, incluida la furgoneta de reparto. La llamada telefónica del director del banco la salvo de la hecatombe financiera, no así del parto. Ahora vive sola con su hija, y tiene una chica negra, como ella, de empleada en la lavandería.

Es una mujer atractiva, tremedamente atractiva, y se la ve feliz y con toda una vida por delante, pero demasiado joven para estar sola.

El otro día la propuse llevarla una noche al Café Society y presentarle algunos amigos y conocidos. La miré a los ojos y supe que llevaba tiempo esperando este momento.


martes, 6 de marzo de 2012

Cuestión de color


Sam me trajo un bourbon con hielo, como a mi me gusta, con tres cubitos. Le pregunté por Herni, y me dijo que esta noche libraba.

Hoy el Café Society está más concurrido que de costumbre, y eso que he llegado pronto. Veo a Barney, el dueño, muy activo: va de aquí para allá sin descanso. En su ajetreo se detiene un instante en mi mesa par saludarme y decirme que esta noche “estará con nosotros Lena Horne”. Lena es una mujer por la que yo siento especial aprecio, quizá porque ella y Billie se entienden bien. Quiero decir que el éxito, el fracaso o la desgracia no empañan su relación de afecto. Me pregunté si eso tendría algo que ver con el color de su piel y la segregación racial.

No se, pero ese comportamiento humano, de unión en la felicidad y la tristeza, me hizo pensar en una conversación que tuve, de eso hace ya bastante tiempo, con el doctor Wikilson, que tenía, o quizá tenga aún, su consulta en el upper east side. Wikilson decía que entre las mujeres rubias y las morenas había una gran diferencia. Aseguraba que los cabellos rubios y morenos “son los dos polos opuestos del comportamiento humano”.

Wil era un tipo raro. Tenía un criterio extraño acerca de las mujeres. Sin embargo vivía de ellas. Entiendanme, no es que ofreciera sus favores sexuales a cambio de dinero a las mujeres neoyorquina de la alta aristocracia despechadas por sus maridos dedicados a los negocios. No. Wil no tenía cualidades para ello, ni mucho menos pretensiones. El doctor cobraba por hacer de confidente en unos casos y solucionar, en otros, el inconveniente que para algunas de estas señoras de la alta sociedad suponía quedarse embarazada de algún amante. Lo que solía ocurrir en horario de oficinas, es decir mientas el marido se encontraba seguramente dictando alguna larga y complicada carta a su secretaria. De esto vivía Wil, ginecólogo extravagante y algo loco, pienso.

Para el doctor las rubias eran el arquetipo de la feminidad, de la ternura, en el sentido de ñoñería, y la pasividad. En cambio las morenas eran todo lo contrario, representaban todas y cada una de las cualidades que se le atribuyen al hombre: virilidad, fuerza, valor, franqueza y acción. Creía incluso que las mujeres que se teñían el pelo de rubio terminaban imitando al color y se convertían en seres inservibles: frágiles muñecas que necesitan de todo (cariño, dinero...) y que eran incapaces de valerse por si mismas. Así pues su conclusión era que si el pelo moreno se imponía -de moda decía él- en el mundo, esa sería “la mayor y más importante revolución social jamás habida”.

Tiempo después otro doctor, de nombre Skreta, opinaba de igual manera que Wilkinson. Tales ideas, o despropósitos -mucho más extendidas de lo que pensaba- habían sido merecedoras de formar parte de una novela, o quizá estudio, escrita por un tal Milan Kundera. El doctor Skreta también era ginecólogo y pasaba consulta en un viejo y decrépito balneario invadido por mujeres en busca de aliviar no tanto sus dolencias como su mortal aburrimiento y apetencia insatisfecha.

Pensar es todo esto terminó por aburrirme a mi también. Acabé el güisqui y le hice una señal a Sam para que me sirviera otro. Mientras esperaba me puse a pensar en Vlady, la rubia escultural de mirada abrasadora a la que estoy esperando. Nos hemos ido a la cama varias veces y, francamente, no coincido ni con Wil ni con ese otro doctor del balneario. Los ginecólogos son como los ascensoristas, interesados en la conversación, pero ajenos a la gesticulación de las parejas a las que sube y baja

Por fin llega Sam con mi bourbon; en el escenario Lerna interpreta StormyWeather, y por la puerta aparece Vlady. La noche será larga.

domingo, 4 de marzo de 2012

Dónde y Cuándo


El otro día, ya tarde, Herni, el camarero del Café Society, me dijo que le había oído decir al jefe que el siguiente sábado, es decir ayer, vendría a tocar Teddy Wilson; un gran tipo este Teddy, amigo de Bobby Henderson y Lady Day. 

Después de darme la noticia, Herni me dejó mi bourbon con hielo, tres cubitos, en la mesa. Hubo un momento en que estuve a punto de pedirle que no me echara el hielo, pero lo dejé. Creo que no estaba preparado para prescindir de ese ritual, pero sobre todo, para lo que no estaba preparado era para dejar de escuchar el tintineo que produce el hielo al chocar contra el vidrio cuando inclinas el vaso para llevártelo a los labios, o cuando lo mueves rítmicamente para lograr una mejor envoltura. Así que decididamente dejé de hacer caso a lo que había leído hacía unos días en un número atrasado del Chicago Sun-Times. El rotativo decía que después de analizar por su cuenta el hielo de alrededor de 49 diferentes restaurantes y bares habían comprobado que algo más de una de cada cinco muestras tenía contenidos muy altos de unas bacterias que se se crían y desarrollan en aguas contaminadas con sustancias fecales y orina.

Dice el rotativo que luego hicieron una comparación de las muestras de hielo con el agua tomada del inodoro de un retrete del periódico y resultó estar "más limpia" que los hielos de veintiuno de los bares y restaurantes de Chicago. No quise preguntarle a Herni cómo mierda hacían el hielo o de dónde salía el que me había puesto. Lentamente fui paladeando mi bourbon, no sin cierta desconfianza.

No se si ya lo saben, pero de viernes a domingo, todo el que quiera pude verme en el Café Society. El resto de la semana lo suelo pasar en la cama, y si no es para cobijar a una señora estupenda, no estoy visible para nadie. Les digo esto porque este sábado estaba, como casi todos sin excepción, en el Café esperando la actuación de Teddy. Conmigo, sentados cerca del escenario, se encontraban Bobby y Eleanora. 

La primera canción en sonar ha sido una de las más cautivadoras que se puedan imaginar: Tea for Two. Fantástica, la pieza y la interpretación del trío de Benny Goodman en el que está Teddy y Gene Krupa a la batería. A Té para Dos le siguió Where or When, melodía imperecedera allí donde las haya. Bueno en realidad como Té para Dos; si una logra que mis pies no puedan estarse quietos, Dónde y Cuándo, me sumerge en una dulce melancolía que es lo más parecido a un duermevela donde lo que te rodea deja por un tiempo de existir. El codazo de Billie me devolvió a la realidad. 

Pedí a Herni tres boubon bien largos con soda para Lady y Henderson y con tres cubitos de hielo, salidos de alguna cloaca, para mi. Por un instante, una fracción de segundo, pensé que si no me mataba el güisqui quizá lo haría el maldito hielo: ¿dónde y cuándo?  ¡Vaya uno a saber! Con el cuarto bourbon ya me había olvidado de esa podredumbre congelada que flotaba hinchado en mi vaso.

jueves, 1 de marzo de 2012

Depresión

Anoche me vi con Billie en el Café Society. Cuando entré, a eso de las doce de la noche, sonaba un boogie-woogie, y frente al piano estaba Albert Ammons: “sol, si. re. mi; fa (natural), mi, re, si; sol, si. re. mi; fa (natural), mi, mi, re, si... do, mi, sol, la; si (bemol), la, sol, mi...Billie y yo no podíamos dejar de mover ritmicamente nuestros pies por debajo de la mesa en la que nos acabábamos de sentar.

Sin darnos cuenta comenzamos a hablar de economía, bueno de economía es un decir. En realidad hablamos de cómo nos afectaba eso que los políticos llamaban crisis económica y que a nosotros nos estaba dejando con lo puesto. Los periódicos hablan de que el paro se había elevado a casi el 25 por ciento, el comercio se había desplomado, la construcción se encontraba detenida por completo y que la Depresión estaba arruinando a todos los países y a sus ciudadanos, sobre todo, a los que menos tenían. Entonce Lady Day, echándose a reír me dijo que cuando ella y su mamá (La Duquesa) encontraron un apartamento en Harlem la Depresión ya había comenzado: “Al menos eso oímos decir”. Fíjate que “para nosotras una depresión no era nada nuevo: siempre la habíamos tenido. Solo eran una novedad las colas para recibir alimentos, que fueron casi lo único que nos perdimos de la Depresión”.

Dicho esto, Billie se levantó para ir al escenario y saludar a Mary Lou Willianms que iba a actuar a continuación, pensé en las dificultades que mujeres, tan valiosas como ella, tenían para abrirse camino de un modo digno. En fin...
Cuando regresó Billie, Mary Lou desgranaba una de nuestras canciones preferidas: Roll Em. Era ya muy tarde cuando salimos del Café Society. Cogimos un taxi y la acompañe hasta su casa, en la 139. Después me quede vagando por Manhattan. No tenía prisa; el tiempo podía esperar.