sábado, 31 de marzo de 2012

Diálogos


Anoche en el Café Society, Barney, el dueño, se acercó a mi mesa para preguntarme cómo es que no había ido las dos últimas semanas. Pensó que podía haberme pasado algo: “Estuve preocupado por ti”, me dijo.

Le tranquilicé, aunque no era necesario: ya estaba en el Café de nuevo esperando que Herni me trajera mi bourbon de costumbre. Aun así le dije que había estado todo este tiempo en Hollywood. Barney puso cara de sorprendido. Seguramente pensó en qué se me había a mi perdido en Los Ángeles. Sin embargo, le explique que una productora de cine, en la que trabajaba un viejo conocido del instituto, se había interesado por algunos de mis escritos y quería ver si yo podía estar interesado en escribir los diálogos para un guión cinematográfico. “Ya sabes para una película”.

Herni llego con mi güisqui justo cuando Rose Murphy subía al escenario tomaba asiento frente al piano y comenzaba a cantar Wanna Be Loved By You. Rose tiene una extraña voz, se la conoce por la “chica chee chee” y la de la voz de “rosa pálido”. Si escuchan alguna de sus canciones inmediatamente sabrán el porqué de estos apodos. Fuera de este comentario, he de decir que Rose, a la que conozco desde hace mucho tiempo, es una magnífica pianista y muy buena cantante. Su estilo es inconfundible, y su Wanna Be Loved By You, increible.

Me acordé de mi viaje a los Ángeles, mi estancia en Hollywood y la entrevista que mantuve con la productora. Al principio pensé que estaban bromeando, que era su modo de iniciar una negociación. Pero pasado un rato, como el responsable de la productora continuaba con la misma cantinela, empece a pensar que iba en serio y dejé de seguirle la corriente y de reirle sus gracias. El tipo me dijo que estaban preparando una película muda -sí, muda- basada en un hecho real. Me quede pasmado. Pedí un vaso de agua, pero me dijeron que si deseaba otra cosa no tenía más que pedirlo. Aquello me tranquilizó algo. Dije que me trajeran, si era posible, un bourbon con tres cubitos de hielo. Mientras esperaba mi güisqui me pregunté cómo mierda iba yo a escribir unos diálogos para una jodida película en la que no hablaría nadie.

¡Joder! Y para eso había yo viajado desde New York a los Ángeles, arriesgando mi vida en uno de esos trastos voladores. Si, muy amables las azafatas – y verdaderos monumentos – de la PanAm, pero el viaje en aquel trasto haciendo escalas me dejó descompuesto para varios días. Ni los bourbon lograron colocarme las entrañas en su sitio. Y ahora... Ahora que les escriba a estos un diálogo para una jodida película muda. ¡Joder! Pero si ya existe el cine sonoro.

El argumento es peregrino a más no poder. Es un tipo, actor famoso, que como consecuencia de una infección mal curada de garganta, o algo parecido, se queda sin voz, es decir, mudo. Pero como el fulano es enormemente famoso, la productora, una de esas grande que hay en Hollywood, no puede renunciar a que siga en la plantilla. Por otro lado, el público enloquece con sus películas y siempre está esperando la siguientes. Así que, ni cortos ni perezosos, se les ha ocurrido llevar su historia a la pantalla. ¿Y quién mejor que él para representar el papel de su propia historia? Nadie, claro está.

La verdad es que no se si agradecerle a mi amigo de la infancia sus desvelos por mi, no pedidos, por otro lado, o directamente en un intermedio de la negociación asesinarlo y volver a la jodida PanAm para regresas a Manhattan.

Cuando acabé mi güisqui, ya algo entonado, me armé de valor y decisión y pregunté, poniendo la cara de imbécil que mejor pude, para qué querían un diálogo cinematográfico si la película no iba a tener diálogos. Nadie va a soltar ni una palabra. Que para eso no me necesitaban, bastaba con un guión, también mudo, con el que un director, medianamente hábil, podía perfectamente sincronizar los movimiento de los actores a su gusto.

Se echaron a reír y me aseguraron que estaba muy confundido. Que dentro del guión, los diálogos eran importantísimos, y que pensaban que yo podía hacer un magnífico trabajo. Pedí otro bourbon. Esta vez solo, sin hielo.

¿Y cómo es eso?, pregunté. El que la película fuera muda no significaba que careciese de un buen diálogo. Es más, subrayaron, necesitamos un diálogo especial, es decir, muy cuidado en sus formas. Me bebí el güisqui de un trago, y me quedé mirándolos con cara de idiota y de incrédulo.

Pasado un momento me explicaron que aunque el actor principal no tenía voz, si podía mover los labios y ahí estaba precisamente la novedad del film. Necesitaban unos diálogos que cualquier espectador pudiera entender con tan solo el movimiento de labios del actor, de la actriz y del resto de los actores de reparto. Por eso era tan importante los diálogos. Habían de ser sencillos, pero profundos en cuanto a su contenido, ya que el drama así lo exigía.

Al final de la película, el actor principal es sometido a una intervención quirúrgica y logra recuperar su voz, pero para entonces la película ha terminado y yo, en caso de aceptar, me he matado a trabajar. No quise preguntar porqué mierdas no le operaban al principio y así nos ahorrábamos tantos quebraderos de cabeza. Además, siempre existía la posibilidad de que el tipo contará de manera retrospectiva lo que le había sucedido en el pasado, y cómo gracias a la operación ahora estaba bien y, no solo podía contar su historia, sino que hasta podía cantar si se lo proponía..

En esto que entró en la sala donde estábamos reunidos, una joven... cómo diría yo: sencillamente deslumbrante; de mediana estatura, ojos color miel y de mirada pícara, pelo castaño; boca grandes y labios gruesos... Era la actriz que trabajaría junto al actor mudo, que afortunadamente no estaba ese día en Hollywood y, por lo tanto, no podían presentármelo. Ese bombón de mujer se llamaba Natalie, y nada más verla me enamore. Si, me enamoré locamente de esa preciosidad.

En aquel momento di por finalizada la negociación: ¿Dónde hay que firmar?, dije. Todos rieron, yo incluido, y brindamos por mi incorporación al grupo y por el éxito que, sin duda, me esperaba, nos esperaba a todos. Ese mismo día, ya como un miembro más de la Columbia Pictures, me invitaron a cenar para celebrarlo. Por supuesto que Natalie asistió. No solo eso, sino que se sentó a mi lado, me dio conversación, y enseguida comenzamos a entendernos. Para entonces ya había decidido dejarme la vida en los diálogos con tal de estar cerca de semejante diosa: su mirada, aunque traviesa, podía fundir un helado aun dentro del congelador.

A la noche siguiente salimos los dos solos a cenar, luego me llevo a un club al que ella solía ir con cierta frecuencia; algo así como su cuartel general. Después nos fuimos a su casa y me invitó a compartir su cama. ¡Que mujer!

Lo bueno de mi trabajo es que no tengo que trasladarme a vivir a Los Ángels, sino que puedo trabajar desde aquí, desde Manhattan, aunque tengo que desplazarme a los estudios con cierta frecuencia. No es como Natalie que ha de estar necesariamente en Los Ángeles, aunque me ha dicho que muy de vez en cuando viene a New York, de donde es y donde reside sus familia. Hemos quedado en vernos en el Waldorf-Astoria Hotel el próximo lunes por la tarde noche. Desde ayer no hago otra cosa que consultar el reloj y darle cuerda para que no se pare por el uso.

Herni me trae otro bourbon, el tercero, enciendo un cigarrillo y me apresto a escuchar a Julie London. Me apasiona su voz suave, dulce y sugerente. La interpretación que hace de You Go to My Head es sencillamente única.

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