Anoche
en el Café Society, Barney,
el dueño, se acercó a mi mesa para preguntarme cómo es que no
había ido las dos últimas semanas. Pensó que podía haberme pasado
algo: “Estuve preocupado por ti”, me dijo.
Le
tranquilicé, aunque no era necesario: ya estaba en el Café de nuevo
esperando que Herni me trajera mi bourbon de costumbre. Aun así le
dije que había estado todo este tiempo
en Hollywood. Barney puso cara de sorprendido. Seguramente pensó en qué
se me había a mi perdido en Los Ángeles. Sin embargo, le explique
que una productora de cine, en la que trabajaba un viejo conocido del
instituto, se había interesado por algunos de mis escritos y quería
ver si yo podía estar interesado en escribir los diálogos para un
guión cinematográfico. “Ya sabes para una película”.
Herni
llego con mi güisqui justo cuando Rose Murphy subía al escenario
tomaba asiento frente al piano y comenzaba a cantar Wanna
Be Loved By You.
Rose tiene una extraña voz, se la conoce por la “chica chee chee”
y la de la voz de “rosa pálido”. Si escuchan alguna de sus
canciones inmediatamente sabrán el porqué de estos apodos. Fuera de
este comentario, he de decir que Rose, a la que conozco desde hace
mucho tiempo, es una magnífica pianista y muy buena cantante. Su
estilo es inconfundible, y su Wanna Be Loved By You, increible.
Me
acordé de mi viaje a los Ángeles, mi estancia en Hollywood
y la entrevista que mantuve con la productora. Al principio pensé
que estaban bromeando, que era su modo de iniciar una negociación.
Pero pasado un rato, como el responsable de la productora continuaba
con la misma cantinela, empece a pensar que iba en serio y dejé de
seguirle la corriente y de reirle sus gracias. El tipo me dijo que
estaban preparando una película muda -sí, muda- basada en un hecho
real. Me quede pasmado. Pedí un vaso de agua, pero me dijeron que si
deseaba otra cosa no tenía más que pedirlo. Aquello me tranquilizó
algo. Dije que me trajeran, si era posible, un bourbon con tres
cubitos de hielo. Mientras esperaba mi güisqui me pregunté cómo
mierda iba yo a escribir unos diálogos para una jodida película
en la que no hablaría nadie.
¡Joder!
Y para eso había yo viajado desde New York a los Ángeles,
arriesgando mi vida en uno de esos trastos voladores. Si, muy amables
las azafatas – y verdaderos monumentos – de la PanAm, pero el
viaje en aquel trasto haciendo escalas me dejó descompuesto para
varios días. Ni los bourbon lograron colocarme las entrañas en su
sitio. Y ahora... Ahora que les escriba a estos un diálogo para una
jodida película muda. ¡Joder! Pero si ya existe el cine sonoro.
El
argumento es peregrino a más no poder. Es un tipo, actor famoso, que
como consecuencia de una infección mal curada de garganta, o algo
parecido, se queda sin voz, es decir, mudo. Pero como el fulano es
enormemente famoso, la productora, una de esas grande que hay en
Hollywood, no puede renunciar a que siga en la plantilla. Por otro
lado, el público enloquece con sus películas y siempre está
esperando la siguientes. Así que, ni cortos ni perezosos, se les ha
ocurrido llevar su historia a la pantalla. ¿Y quién mejor que él
para representar el papel de su propia historia? Nadie, claro está.
La
verdad es que no se si agradecerle a mi amigo de la infancia sus
desvelos por mi, no pedidos, por otro lado, o directamente en un
intermedio de la negociación asesinarlo y volver a la jodida PanAm
para regresas a Manhattan.
Cuando
acabé mi güisqui, ya algo entonado, me armé de valor y decisión y
pregunté, poniendo la cara de imbécil que mejor pude, para qué
querían un diálogo cinematográfico si la película no iba a tener
diálogos. Nadie va a soltar ni una palabra. Que para eso no me
necesitaban, bastaba con un guión, también mudo, con el que un
director, medianamente hábil, podía perfectamente sincronizar los
movimiento de los actores a su gusto.
Se
echaron a reír y me aseguraron que estaba muy confundido. Que dentro
del guión, los diálogos eran importantísimos, y que pensaban que
yo podía hacer un magnífico trabajo. Pedí otro bourbon. Esta vez
solo, sin hielo.
¿Y
cómo es eso?, pregunté. El que la película fuera muda no
significaba que careciese de un buen diálogo. Es más, subrayaron,
necesitamos un diálogo especial, es decir, muy cuidado en sus
formas. Me bebí el güisqui de un trago, y me quedé mirándolos con
cara de idiota y de incrédulo.
Pasado
un momento me explicaron que aunque el actor principal no tenía voz,
si podía mover los labios y ahí estaba precisamente la novedad del
film. Necesitaban unos diálogos que cualquier espectador pudiera
entender con tan solo el movimiento de labios del actor, de la actriz
y del resto de los actores de reparto. Por eso era tan importante los
diálogos. Habían de ser sencillos, pero profundos en cuanto a su
contenido, ya que el drama así lo exigía.
Al
final de la película, el actor principal es sometido a una
intervención quirúrgica y logra recuperar su voz, pero para
entonces la película ha terminado y yo, en caso de aceptar, me he
matado a trabajar. No quise preguntar porqué mierdas no le operaban
al principio y así nos ahorrábamos tantos quebraderos de cabeza.
Además, siempre existía la posibilidad de que el tipo contará de
manera retrospectiva lo que le había sucedido en el pasado, y cómo
gracias a la operación ahora estaba bien y, no solo podía contar
su historia, sino que hasta podía cantar si se lo proponía..
En
esto que entró en la sala donde estábamos reunidos, una joven...
cómo diría yo: sencillamente deslumbrante; de mediana estatura,
ojos color miel y de mirada pícara, pelo castaño; boca grandes y
labios gruesos... Era la actriz que trabajaría junto al actor mudo, que afortunadamente no estaba ese día en Hollywood y, por lo
tanto, no podían presentármelo. Ese bombón de mujer se llamaba
Natalie, y nada más verla me enamore. Si, me enamoré locamente de esa preciosidad.
En
aquel momento di por finalizada la negociación: ¿Dónde hay que
firmar?, dije. Todos rieron, yo incluido, y brindamos por mi
incorporación al grupo y por el éxito que, sin duda, me esperaba,
nos esperaba a todos. Ese mismo día, ya como un miembro más de la
Columbia Pictures, me invitaron a cenar para celebrarlo. Por supuesto
que Natalie asistió. No solo eso, sino que se sentó a mi lado, me
dio conversación, y enseguida comenzamos a entendernos. Para
entonces ya había decidido dejarme la vida en los diálogos con tal
de estar cerca de semejante diosa: su mirada, aunque traviesa, podía
fundir un helado aun dentro del congelador.
A
la noche siguiente salimos los dos solos a cenar, luego me llevo a un
club al que ella solía ir con cierta frecuencia; algo así como su
cuartel general. Después nos fuimos a su casa y me invitó a
compartir su cama. ¡Que mujer!
Lo
bueno de mi trabajo es que no tengo que trasladarme a vivir a Los
Ángels, sino que puedo trabajar desde aquí, desde Manhattan, aunque
tengo que desplazarme a los estudios con cierta frecuencia. No es
como Natalie que ha de estar necesariamente en Los Ángeles, aunque me
ha dicho que muy de vez en cuando viene a New York, de donde es y
donde reside sus familia. Hemos quedado en vernos en el
Waldorf-Astoria Hotel el próximo lunes por la tarde noche. Desde
ayer no hago otra cosa que consultar el reloj y darle cuerda para
que no se pare por el uso.
Herni
me trae otro bourbon, el tercero, enciendo un cigarrillo y me apresto
a escuchar a Julie London. Me apasiona su voz suave, dulce y
sugerente. La interpretación que hace de You
Go to My Head es
sencillamente única.