Si
les dijese que soy un tipo triste, desde luego les estaría
engañando: ni el mal bourbon es capaz de entristecerme. Una de las
razones, no la única ni la más importante, por la que soy cliente
asiduo del Café Society es porque el alcohol que sirven es de
primerísima calidad. La música, el ambiente, las reuniones con los
amigos y el trato que recibo de Barney, el dueño, y de Herni o de
Sam, los camareros, son las razones de peso que me traen hasta aquí
cada noche.
Pero
bueno, a lo que iba. Les estaba diciendo que en mi caso la tristeza
no es una de esas raras emociones que a veces invaden al ser humano,
y que a mi, por las causas que sean, no se molesta en acercarse.
Quizá todo ello se deba a la existencia de una subespecie de ser
humano, desconocida o rara, y a la que yo pertenezca. Todo es
posible.
Se
preguntarán a qué viene todo esto. Y con razón. Verán, anoche
llegué al Café Society como de costumbre a eso de la medianoche,
tal vez un poco antes. Había quedado a partir de las doce con Vlady,
esa rubia escultural y de mirada abrasadora de la que ya les he
hablado en alguna otra ocasión.
Para
que no piensen que Vlady es solo y exclusivamente un bello objeto del
que me valgo egoistamente, les diré que sin que esto sea del todo
incierto -todos nos valemos de los demás de una u otra forma-, Vlady
es una mujer que de mi tan solo necesita alguno de mis muchos vicios.
Esta mujer de físico extraordinario es además una magnífica
fotógrafo. No hay un solo rincón en todo Manhattan que haya quedado
libre del objetivo de su cámara. Y es difícil encontrar una
publicación en la que no haya aparecido alguno de sus trabajos.
También escribe sobre fotografía y expone en las principales salas
de la ciudad. Si no fuera por un par de detalles que me avalan, y
acerca de los cuales prefiero guardar silencio, yo sería un
estorbo para esta mujer.
Cuando
Vlady entró en el Café Society estaba hablando en mi mesa con Tommy
Dorsey, amigo y soberbio trombonista, que esta noche actúa con su
orquesta. Hablábamos de Ruth Lowe, a la que Vlady y yo habíamos
conocido no hacía demasiado tiempo. Todo surgió a raíz del gran
éxito que Tommy había cosechado con la canción en mi bemol mayor I'll Never Smile Again que Ruth compuso a finales del 39. La
letra habla de la tragedia por la que Ruth había pasado:
No
volveré a sonreír nunca
hasta
que sonría contigo
no
volveré a reír nunca.
¿Qué bien me haría?
Mis
ojos se llenarían de lágrimas
mi
corazón se daría cuenta
de
que nuestro romance se terminó.
No
volveré a reír nunca
estoy
tan enamorada de ti
nunca
me emocionaré otra vez
con
alguien nuevo.
Dentro
de mi corazón
sé
que nunca volveré
a
sonreír otra vez
hasta
que sonría contigo.
Ruth
estaba emparejada con un tipo de Chicago, un publicista musical. Se
llamaba creo, Harold Cohen. Un año después de casarse
Harol murió a consecuencia de una intervención quirúrgica de
riñón. Eso destrozó a Ruth.
Cuando
Tommy Dorsey y su orquesta atacaron los primeros compases
de I'll Never Smile Again (Si, Re, Do, Mi, Fa, Fa, Fa, Fa, Sol, Fa, Mi, Sol), una sensación extraña me invadió.
Aquello era nuevo para mi. Nunca había sentido algo similar. Vlady
lo noto y me pregunto qué me pasaba. Intenté explicárselo lo mejor
que pude. Pero no hizo falta, Vlady es una mujer demasiado
inteligente: “Eso se llama melancolía. ¿Entiendes lo que te digo?
Yo no contesté. No sabía que decir. Pedí un Bourbon doble con
hielo a Herni y mientras esperaba su llegada agarré a Vlady por la
cintura y la atraje fuertemente hacía mi buscando la brisa cálida de su aliento. Anoche deje de creer en raras subespecies y en mi presunción.