Llegué al Apolo alrededor de medianoche. A esa hora, y un sábado, estaba abarrotado de público. En ese momento actuaba Benny Goodman y su orquesta. Sonaba Your Mother'sSon-In-Law, y cantaba Billie.
Siempre
suelo llegar antes, pero hoy, hoy he pasado un día infernal: toda la
tarde encerrado en mi apartamento con un dolor de cabeza de mil
diablos, ni los paños de agua fría ni la Aspirina me han hecho nada
hasta ya cerca de las diez y pico de la noche que el dolor comenzó a
pasárseme. Ya mejor decidí arrancar hacía el Apolo. Lady
Day me estaría esperando. Había prometido invitarla a
tomar un par de copas, aunque no se si saben que el alcohol es un
potente vasodilatador y para un tipo como yo, al que le duele la
cabeza un día si y otro también, el güisqui le sienta como una
patada en las pelotas. Pero en fin, no puedo presentarme allí y
pedir un zumo de naranja. ¡Ya me entienden!
Billie
y yo hemos intimado bastante, quiero decir que somos buenos amigos.
En alguna ocasión la he visitado en el apartamento en el que vive
con “La Duquesa”, su madre, en la 139.
En
una ocasión me habló de su juventud, de sus inicios. Yo me reía
mucho con sus historias. Es fantástica.
No
hace mucho, sentados aquí en el Apolo, me decía que cuando tenía
dieciocho o diecinueve años, al poco tiempo de vivir en casa de una
tal Florence, “tuve la oportunidad de convertirme en una fulana de
a veinte dólares el polvo... y acepté”. Billie había
perdido su virginidad con doce años con un trompetista.
Al
poco tiempo de iniciar su nueva profesión ya tenía a dos clientes
blancos que le iban los miércoles uno y los sábados el otro. Uno de
ellos lo hacía incluso dos veces a la semana. Me decía que las
citas telefónicas eran una novedad, porque con los nuevos teléfonos
podía hablar desde la cama, sin necesidad de levantarse para atender
a los clientes en esos aparatos de pared, tan anticuados. Pese a todo
esto, Billie me confesó una noche que le daba pánico el sexo.
En
una ocasión se presentó en la casa de la señor Florence un negro
enorme que quería tenerla solo a ella. Le ofreció cincuenta pavos:
“Un precio bajo si tienes en cuenta que casi me mata”, me
comentaba riendo. Intentaron llevarla al hospital, pero Billie cuando
vio el nombre del hospital en la gorra del camillero, se negó y
consiguió que la ambulancia se fuera sin ella. Había oído hablar
del hospital: “Algunas chicas que conocía habían ingresado allí
con neumonía y habían salido sin ovarios”. Me confesó que
después de aquello, sencillamente, nunca más se acostó con ningún
negro. Pedí dos bourbon y seguimos hablando.
Como
todos los fines de semana, he vuelto al Apolo. Solo que hoy es
domingo y en lugar de Pennies From Heaven, de Billie, escucho
la versión de Rose Murphy.
En
el marco de la puerta veo la silueta de Lady Day. En el
escenario suena Sing, Sing, Sing de Benny Goodman, casualmente el descubrido de Billie del talento de Billie.
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