jueves, 5 de marzo de 2015

Todo sigue igual aunque nada es igual

Han pasado ya dos años desde que perdí a Maxine. La asesinaron dos hijos de puta por cincuenta cochinos dólares, en realidad porque en ese momento no había más que esos dólares en la caja de la lavandería de mi chica. 
Poco a poco, Olivia y yo hemos logrado rehacer nuestras vidas. En ello han colaborado nuestros buenos amigos, los mismos que se preocuparon de nosotros desde el primer momento.

Olivia acaba de cumplir  18 años, y dentro de nada comenzará en la Universidad. Es una mujer tímida y retraida; no le gusta mucho salir, aunque tiene amigas, prefiere estar en casa conmigo. Juntos vamos algunos días al cine o a ver un musical en Broadway. Es igual que su madre, de una belleza arrebatadora, y su cuerpo, perfectamente torneado, cintura estrecha, caderas insinuantes, piernas largas y tobillos estrechos, perfectas. Es imposible pasar a su lado y no admirar ese cuerpo mulato. 

Vlady y yo hemos vuelto. Ella se divorcio el pasado año. Vino a verme y fue cuando se entero de lo de Maxine. No sabía nada. Había pasado los tres últimos años primero en Los Ángeles, después en San Francisco y los últimos seis meses en New Yor.
La rubia explosiva, como yo la he llamado siempore, y a la que tanto he querido, y que tan buenos momentos hemos pasado juntos me dejo por un tipo joven, serio, educado y marchante de arte.  
Y ahora aquí estamos de nuevo, sobrellevando nuestras vidas. Vlady, me cuenta, fue feliz el primer año de matrimnio con el marchante. A partir del segundo año las cosas cambiaron: él estaba cada vez menos tiempo en casa, pasaba demasiado fuera enredado en su trabajo. Eso duró dos años, hasta que todos esos viajes, ese eterno estar fuera de casa se hizo insoportable. Cuando Vlady quiso poner remedio se encontró con que su marido tenía  un amante, un joven de apenas veinte años, alto y guapo. Durante todo ese tiempo, el cabrón del marchante se  había liado con todo joven y prometedor artista plástico que se cruzó en su camino. Vlady cogio sus cosas y se marchó de su lado. 

Ahora intenta rehacer su vida conmigo, como en su día lo hizo Maxine. Debo ser un tipo que trasnmite ternura, confianza, seguridad... De modo que las mujeres buscan en mí protección y cariño. Dos aspectos totalmente desconocidos para mí, pero no así para ellas, mucho más intuitivas e inteligentes.

Escribo esta crónica sentado en el 3 Deuce delante de mi bourbon con tres cubitos de hielo, servido por mi viejo y querdio amigo Herni, el antíguo barman del Café Society. En el escenario, esta noche está Mary Lou Williams, una buena amiga. Su Roll Em me anima a terminar esta breve crónica y a apurar mi tercer bourbon. Ya he mirado a Herni... Pronto llegará Vlady.  Esta noche la necesito más que otras veces: estrechar su cuerpo desnudo junto al mío, enterrar mi rostro entre sus piernas y saciarme de su íntima humedad... Ahí está Vlady, y Mary Lou interpreta para nosotros dos Autumn in New York.



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